LOS CORDIER (UNA FAMILIA COMO CUALQUIER OTRA)
Se conocieron escarbando en la maraña virtual de Internet.
Kilómetros de cables y códigos binarios en realidad no los separaban tanto, ya
que vivían a quince cuadras uno del otro.
Ella, Estela, traía una compulsión de repetición con
mil y un intentos frustrados. A cada hombre le encontraba la pestaña que la incomodaba
lo suficiente como para descartarlo. El síndrome del “príncipe azul” ideal. A
aquella primera cita con él fue más presionada que convencida para aceptarlo,
porque ya varias de sus amigas se habían casado y dado a luz.
El, Eugenio, por su lado, venía de un noviazgo de once
años. Analizaba con lupa cada reacción de Estela para vislumbrar aquellas
sombras que pudieran potenciarse con el tiempo. Y ni aun así sus cálculos
funcionaron en los vanos intentos de apresar al futuro y al corazón con la razón.
Después de largos meses terminó por aceptarla a pesar de su carácter tan
fuerte, sólo porque no encontró ninguna mujer mejor entre todas las que buscó.
Todo un largo matrimonio sin quererse, como turistas
casi desconocidos en un hotel, que era su hogar. No era de extrañar que
durmieran desde hacía años en habitaciones separadas.
Eugenio postergaba y detestaba los arreglos de la
casa. De la misma manera que Estela renegaba de cocinar y pedía rotisería
diariamente. Cuando estaba a punto de romper con su mujer, organizaba algún
interesante viaje para los dos que emparchaba la relación. Pero una de sus
mayores irritaciones de fondo era que Estela ganara más dinero por mes.
Por el rechazo y la desconfianza que sentía hacia
todas las mujeres, jamás pudo amar de verdad a Selene, su única hija. Estela, a
su vez, fue siempre competitiva con la niña, aunque en público fingía estar
orgullosa de ella.
La típica familia disfuncional en el mar de secretos,
indiferencia y falta de diálogo que era la casa de los Cordier. Cada uno
jugando el infame papel rígido, con la comunicación restringida a las palabras
que se adecuaban a esos roles. El juego macabro era adaptarse al papel de los
demás, aplastando deseos, sentimientos, necesidades; el maldito cambio de tema
cuando alguno quería hablar de los problemas. Cómo no prever que la semilla de
ese tipo de hogares se cultiva en el noviazgo…y ninguno de los dos se animó a
dejar al otro.
Estela fue muy astuta para su partida: recolectó
dinero de todos los familiares para una supuesta operación de cáncer, y se
realizó el implante de siliconas en los pechos, luego de lo cual se fue con su
amante. Eugenio fue menos pretencioso e invitó a Clara a que trajera sus
valijas a la casa; la empleada doméstica con la que mantenía una relación desde
hacía años.
Pensar que el oficial público que los casó les deseó
un buen matrimonio no sólo en honor al amor, sino también para consolidar la
institución de la sociedad conyugal, la de los Cordier, una familia como muchas
otras.-
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