sábado, 15 de mayo de 2021

CUENTO "EL OBSEQUIO" - DEL LIBRO "A LA HUMANIDAD LE QUEDAN 600 AÑOS DE VIDA EN EL PLANETA TIERRA" - MATIAS CASTAGNINO


 

EL OBSEQUIO

Me estoy yendo…veo el cuerpo de arriba y a mis seres queridos rodeándome con lágrimas en los ojos. Emoción…dolor de perder conmigo una parte suya. No hay palabras que quepan: hablar es cortar la unión misteriosa con esa comprensión, entendimiento tácito entre ellos. El aire tiene como un halo de amor indescriptible, un éter que ellos no ven bien pero lo sienten…lo absorben…lo contagian. Yo me elevo más llevando conmigo la grandeza de haber acabado la obra, cual guerrero glorioso tras caer, sufrir y levantarse; cumpliendo el designio desmemoriado o lo que yo mismo fui escribiendo en una posibilidad más del destino, que quizás así ya estaba prevista.

Soy esencia, soy incorpóreo, soy una brisa que puede ver y la corazonada de que me esperan mejores horizontes. Esta alma vieja necesita descanso. Hay un niño que ingresa al cuarto por la puerta entreabierta. Tiene tres, cuatro octubres que el tiempo le ha cargado. Su cara trasluce la preocupación, temor al peregrinaje que intuye acercarse por el inmenso desierto con sólo dos compañeras de travesía, cuales profetas desterrados.

Aunque no nos ven, tengo la sensación de ser escuchado por no resultar recíproca la imperceptibilidad en este funeral casero. He tomado su manecita y puedo llegar directo a las profundidades del corazón desconfiado, reflejo de traición genealógica y biológica; premonición de la curtiembre que recibirá esa temprana piel, de vientos salados…golpes de arena y sol. El me sigue hacia el cuarto desocupado, sabiendo una parte suya que yo seré él en un desliz de años. Se extiende tan sutil el cordón invisible de ojos a ojos, mente a corazón, transmitiendo la vibración que decodifico en discernimiento, de no hallar respuesta para el miedo de su padre en los portales de la ciudad, ante el vacío interminable de los médanos…soledad de espejismos y cielo, donde sucumbió. “¿Quién fuera lágrima para saber mi angustia, quién algodón absorbente de cachorro y abandono, compañía errante de macho protector?”, me preguntó mudo en estas palabras que no logró reunir, y continuó: “si te hubieras sabido alma vagabunda, buscador encontrando a otros buscadores en eterna caminata, eterna soledad; justo ahí, cuando el ángel centinela te dejó a merced de la ventolera sin más que tu túnica, el bastón, tu hermana, nuestra madre…”.

El gozo de sentarte en mi regazo es que la noche más oscura no doblegará tu espíritu de osadía, ni tifones frenarán la marcha, niño. Puedo darte cada respuesta de lo que vivirás como perlas en la ostra, pero no puedo despiadarme contra tu libertad; y habrán de aparecer solas en la arena, inesperadas, cuando confíes…lo que llamarás “fe”. Pensar que después de atravesar el desierto comprobarás que en verdad no hay nada que cruzar ni ciudad que dejar…lo iluso de esos espejismos, símbolos físicos de impresiones del espíritu, reflejo material muerto en sí; aquello que tu padre no distinguió como confrontación interna. La única certeza es que hasta aquí llegarás y esto no es más que una jugarreta al tiempo.

Afuera un galopar se aproxima desde calle Montes de Oca, y por un instante el hilo violáceo – verdoso se torna escarlata, cambiando la amplitud de ondas en un dibujo más corto el zigzagueo del cardiógrafo, a ritmo intenso: se ha asustado presintiendo mi partida.

Alguien llama al pórtico pasando inadvertido entre prima Margot y Yiyí, que la consuela con un café y le ofrece su pañuelo: nos unía un lazo que parecía de tiempos remotos, buscándonos, conservándolo; y ahora, en el ascenso, se cortaba bruscamente volviéndose contra su plexo solar…latigazo de angustia en la boca del estómago al desdoblarme en este otro cuerpo más sutil. Es el jinete que me hace una seña de subir al corcel: afuera espera la hueste suya que ya ha terminado la recolección del día por el barrio.

Me termino de ir…Veo a mi cuerpo como envase descartable y a mis seres queridos saliendo de casa, con el misterio en el alma de no saber qué pasa. Sólo resta despedirme con un beso en la frente y la duda de no haber sido entendido, aunque el vidrio de esos ojos fueran ventanas abiertas al alma. No debo mirar atrás, corro el riesgo de salificarme.

Ya en cabalgata, el que terminaba de cortar la última hebra plateada lanzó una risotada pícara como de quien cumplió con la tarea encomendada, seguramente misericordia del Gran Emperador que ayer nos lanzara y hoy compensaba con este obsequio el orden de su reino. Luego me confesó que en su retraso permitió grabar al niño el soplo anheloso que a pocos privilegiados se confiere.- 

Me estoy yendo…veo el cuerpo de arriba y a mis seres queridos rodeándome con lágrimas en los ojos. Emoción…dolor de perder conmigo una parte suya. No hay palabras que quepan: hablar es cortar la unión misteriosa con esa comprensión, entendimiento tácito entre ellos. El aire tiene como un halo de amor indescriptible, un éter que ellos no ven bien pero lo sienten…lo absorben…lo contagian. Yo me elevo más llevando conmigo la grandeza de haber acabado la obra, cual guerrero glorioso tras caer, sufrir y levantarse; cumpliendo el designio desmemoriado o lo que yo mismo fui escribiendo en una posibilidad más del destino, que quizás así ya estaba prevista.

Soy esencia, soy incorpóreo, soy una brisa que puede ver y la corazonada de que me esperan mejores horizontes. Esta alma vieja necesita descanso. Hay un niño que ingresa al cuarto por la puerta entreabierta. Tiene tres, cuatro octubres que el tiempo le ha cargado. Su cara trasluce la preocupación, temor al peregrinaje que intuye acercarse por el inmenso desierto con sólo dos compañeras de travesía, cuales profetas desterrados.

Aunque no nos ven, tengo la sensación de ser escuchado por no resultar recíproca la imperceptibilidad en este funeral casero. He tomado su manecita y puedo llegar directo a las profundidades del corazón desconfiado, reflejo de traición genealógica y biológica; premonición de la curtiembre que recibirá esa temprana piel, de vientos salados…golpes de arena y sol. El me sigue hacia el cuarto desocupado, sabiendo una parte suya que yo seré él en un desliz de años. Se extiende tan sutil el cordón invisible de ojos a ojos, mente a corazón, transmitiendo la vibración que decodifico en discernimiento, de no hallar respuesta para el miedo de su padre en los portales de la ciudad, ante el vacío interminable de los médanos…soledad de espejismos y cielo, donde sucumbió. “¿Quién fuera lágrima para saber mi angustia, quién algodón absorbente de cachorro y abandono, compañía errante de macho protector?”, me preguntó mudo en estas palabras que no logró reunir, y continuó: “si te hubieras sabido alma vagabunda, buscador encontrando a otros buscadores en eterna caminata, eterna soledad; justo ahí, cuando el ángel centinela te dejó a merced de la ventolera sin más que tu túnica, el bastón, tu hermana, nuestra madre…”.

El gozo de sentarte en mi regazo es que la noche más oscura no doblegará tu espíritu de osadía, ni tifones frenarán la marcha, niño. Puedo darte cada respuesta de lo que vivirás como perlas en la ostra, pero no puedo despiadarme contra tu libertad; y habrán de aparecer solas en la arena, inesperadas, cuando confíes…lo que llamarás “fe”. Pensar que después de atravesar el desierto comprobarás que en verdad no hay nada que cruzar ni ciudad que dejar…lo iluso de esos espejismos, símbolos físicos de impresiones del espíritu, reflejo material muerto en sí; aquello que tu padre no distinguió como confrontación interna. La única certeza es que hasta aquí llegarás y esto no es más que una jugarreta al tiempo.

Afuera un galopar se aproxima desde calle Montes de Oca, y por un instante el hilo violáceo – verdoso se torna escarlata, cambiando la amplitud de ondas en un dibujo más corto el zigzagueo del cardiógrafo, a ritmo intenso: se ha asustado presintiendo mi partida.

Alguien llama al pórtico pasando inadvertido entre prima Margot y Yiyí, que la consuela con un café y le ofrece su pañuelo: nos unía un lazo que parecía de tiempos remotos, buscándonos, conservándolo; y ahora, en el ascenso, se cortaba bruscamente volviéndose contra su plexo solar…latigazo de angustia en la boca del estómago al desdoblarme en este otro cuerpo más sutil. Es el jinete que me hace una seña de subir al corcel: afuera espera la hueste suya que ya ha terminado la recolección del día por el barrio.

Me termino de ir…Veo a mi cuerpo como envase descartable y a mis seres queridos saliendo de casa, con el misterio en el alma de no saber qué pasa. Sólo resta despedirme con un beso en la frente y la duda de no haber sido entendido, aunque el vidrio de esos ojos fueran ventanas abiertas al alma. No debo mirar atrás, corro el riesgo de salificarme.

Ya en cabalgata, el que terminaba de cortar la última hebra plateada lanzó una risotada pícara como de quien cumplió con la tarea encomendada, seguramente misericordia del Gran Emperador que ayer nos lanzara y hoy compensaba con este obsequio el orden de su reino. Luego me confesó que en su retraso permitió grabar al niño el soplo anheloso que a pocos privilegiados se confiere.-

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