viernes, 17 de septiembre de 2021

LIBRO: "LA CURA PSICOLOGICA DE LA NEUROSIS DE IRINEO CROPOSKY (SUS AUTOANALISIS Y TERAPIAS)" MATIAS CASTAGNINO

 










LIBRO: "LA CURA PSICOLOGICA  DE LA  NEUROSIS DE IRINEO  CROPOSKY  (SUS AUTOANALISIS Y TERAPIAS)"   MATIAS CASTAGNINO


Pensamientos sobre los perjuicios de una crianza exigente

Existe en mí un temor a un sometimiento por parte de personas específicas, que se ha producido históricamente con jefes a los que he permanecido subordinado, y se repitió con el arquitecto inepto de la obra en mi hogar, con quien se generó una negociación larga en el tiempo. Este miedo consiste en que dichas personas detecten un lado débil mío que se generó por actitudes hostiles en la crianza que tuvieron hacia mí mi madre y mi papá Gustavo. Mi mamá me castigaba haciéndome pasar largas horas en penitencia encerrado en mi dormitorio; o me sobrecargaba con labores en mi hogar. Y hasta que me liberé en mi adolescencia, siempre se terminaba imponiendo la voluntad de ellos y pocas veces la mía, en muchos aspectos. Esto creó un espíritu temeroso y de sometimiento en mí, que es el que debí evitar con esa gente puntual que podía abusarse de esa falencia mía.

Paralelamente generé una posición recurrente en mi infancia de soportar pasivamente situaciones de humillación y sobreexigencias. Por ejemplo el maltrato de mi abuelo Eufemio durante las cenas semanales que hacíamos con mis hermanos en su casa. O los reproches de la granjera de la esquina de mi casa, que me humillaba y se burlaba de mí porque yo compraba productos en otro almacén. Ante estas tolerancias excesivas de mi parte, yo continuaba frecuentando a esa gente y exponiéndome sin ser lo suficientemente digno ni firme. Sin duda estas pasividades sucedían porque junto con mi hermana mayor debíamos cargar demasiadas responsabilidades y labores domésticas que nos endilgaba mi madre.

Paralelamente también sufrí dos situaciones de bulling en mi niñez, y yo le generé una vivencia de este tipo a un compañero, en séptimo grado.

 

La sombra del desprecio de mi padre como trasfondo de mi larga soledad – La desmentida

Existe un espíritu histórico de soledad en mi vida generado por el desprecio de mi padre hacia mí, desde estar yo en el vientre de mi madre, que se expresa con una desmentida o negación de ese profundo dolor. Eso me ha producido refugiarme en actividades solitarias, con costumbres solitarias durante toda mi vida, utilizando el desarrollo intelectual y artístico como excusas y satisfacción sustitutiva del síntoma.

Mi tendencia a ser un “padre fálico” autoexigiéndome estar demasiado presente con mi hijo, obedece al temor a permanecer en esa inercia de soledad que padezco, perjudicándolo con mis ausencias, y condenándome a no salir de esa posición aislada ni con lo más valioso que tengo, que es él. Aquella desmentida del desprecio paterno es la que me llevó a negarme a convivir con varias novias con las que intenté hacerlo, incluyendo a Sofía y a Miguel. Claramente este es un conflicto inconciente que padezco en el orden de lo simbólico que significó la ausencia paterna para mí, ya que cuando lo reencontré en lo real a mi papá, dicha soledad no se desarticuló, ni se generó un vínculo fraterno con él, ya que su corazón continuaba endurecido.

Esta desmentida y síntoma me ha generado una soledad con inercia y constancia desde mi infancia, que se volvió más pesada a partir de mi adolescencia dada la mayor autonomía y responsabilidad que adquirí, haciéndose más notoria al confrontar mis deseos incumplidos con la realidad. Por ejemplo, al no conseguir al día de hoy tener una novia estable, ni lograr la masividad que siempre soñé con mi arte, ni un sentimiento de goce estable.

Conocer a Sofía y buscarlo a David de común acuerdo a los cuatro meses viene al día de hoy a generar un contraste con aquella soledad que yo venía padeciendo desde mucho antes, porque me permite estar acompañado por ellos e interactuar en largos tiempos en los que antes no contaba con nadie, pero si yo no desarticulo este síntoma y desmentida, volveré a posicionarme en ese estado de soledad mayor apenas mi hijo adquiera autonomía y haga su vida.

Encontrar una novia estable es una de las alternativas más sólidas para estar acompañado llegada la instancia de la independencia de mi hijo, pero por supuesto que igualmente puedo sentirme solo junto a cualquier persona del mundo si es que no me curo de la neurosis ocasionada por no aceptar el desprecio de mi padre.

He cometido diferentes errores a lo largo de mi vida por no desarticular la desmentida hacia el desprecio paterno, sobre todo posicionándome como “sujeto supuesto saber” sin escuchar mejor al prójimo. Por ejemplo, al comprar la casa de calle Dulmen en el estado derruído en el que se encontraba, sin consultar con mi madre (que fue quien aportó la mayoría del dinero), ni hacerla participar en la búsqueda tenaz que realicé de inmuebles en mi barrio, y que provocó los múltiples arreglos que necesitó, más la ampliación final que tantos problemas me trajo.

 

Mi autorreferencia en la separación con Sofía. El cariño y ligamen que deseo mantener por siempre con ella

Con la madre de mi hijo y ex pareja, Sofía, existe mi deseo de mantener un vínculo cariñoso y erótico por siempre, de parte mía. Pero a la vez deseo intensamente tener una novia aparte, que me brinde todo el cariño y contención que Sofía no me da. La compatibilidad de estos dos deseos viene a significar la búsqueda de unidad entre la corriente cariñosa y sensual de la libido, que mi madre no supo generar. El cariño limitado que Sofía me brinda es a nivel de padre de nuestro hijo, pero no como pareja.

El desencanto principal que yo siento por todo el proceso de separación con Sofía, en estos tres años y medio, es que yo me siento traicionado por considerar que nunca realicé nada tan grave como para establecer una separación definitiva tal como la planteó ella, mucho menos con un hijo menor. Si bien roces existieron desde el primer momento de la pareja, era plenamente viable la relación viviendo en dos casas separadas, tal como yo lo propuse. Con lo cual, me siento usado por ella, para el solo hecho de buscar un hijo, a propuesta suya, a los cuatro meses de conocernos, aceptando yo sin dudarlo, y sabiendo los dos que la convivencia había fracasado a los primeros meses de conocernos. Pero aún con el obstáculo de nuestro vínculo conflictivo, yo siempre tuve la actitud y fidelidad para formar la familia que anhelé, pero en casas separadas. Considero que no existió mala voluntad mía para intentar convivir, ni mucho menos la intensión de “usarla sólo como madre” a Sofía, ya que probamos dicha convivencia en mi hogar, y fracasó por problemáticas compartidas (sobre todo por discusiones producto de nuestros rasgos de carácter). Lo que a mí me llevó a desconfiar fundamentalmente de ella como para convivir fue: la vida bastante promiscua que tenía previo a conocerme (al punto de encontrarse con un amigo en su departamento a dos meses de estar de novios). Tampoco confié en la viabilidad de su estilo grandemente social y cargado de trabajo. Y finalmente existieron roces y conflictos por su personalidad altamente rivalizante conmigo, producto de su baja autoestima.

Yo padecí desde que nací la falta de continuidad del amor de mi padre, por su separación con mi madre previa al embarazo. Esta disrupción en el vínculo con mi papá, me generó temores, soledad, vacío y es en lo que lucho para que no ocurra con mi hijo, a pesar de mi separación con su madre. Me duele y me da culpa la soledad que se le genera a mi hijo producto de mi parte de responsabilidad en esa separación, y me hace mal que mi hijo se quede con ganas de verme en el mismo día, después de haberlo visitado. También que sea una situación irreversible dada la falta de voluntad de Sofía de posibilitar una reconciliación conmigo, como para poder dormir con David todas las noches, desarticulando el vacío de mi ausencia. Sólo puedo morigerar esto, esforzándome por verlo todos los días.

Con mi nueva novia yo deseo darme la oportunidad de volver a mantener a nivel pareja esa continuidad diaria (al menos en la comunicación) con un vínculo, si bien con mi hijo me comunico todos los días. La situación dolorosa de no poder ver a David todos los días, me deja tiempos de soledad con los que me siento llamado a aprovecharlos al máximo en todo sentido: sea creativamente componiendo canciones, escribiendo, leyendo, difundiendo mi arte, o simplemente cultivando los vínculos sociales. Puedo decir que esta es una misión divina que tengo, junto con otras, como la relación con mi hijo, justamente para superar la historia de mi padre conmigo.

 

Un significado para mi soledad. Mi pulsión de muerte principal

Mi soledad y desarrollo del arte pueden simbolizar el deseo de un vínculo amoroso con mi padre. Prueba de esto es el hecho de que cuando falleció mi papá Gustavo, como referente cercano y sustituto paterno desde mis cuatro años, inmediatamente retomé la actividad artística con la literatura, después de cuatro años de desencanto y abandono de la música y la escritura. O sea que a la falta de contención por la muerte de papá Gustavo, volví a buscarla con el símbolo del arte representando a mi papá biológico Oscar. Asimismo, cuando me avoqué al estudio de la música a mis catorce años, lo hice demasiado obsesivamente y focalizado, aun conviviendo con mi madre, mi padre y mis hermanos. Esto es una clara señal de que inconcientemente yo buscaba resolver un conflicto edípico, amoroso y traumático con mi padre biológico, ya que con mi madre me vinculaba permanentemente y ella me ayudaba en todas mis iniciativas (al menos económicamente).

Paralelamente, desde que tengo memoria acojo el sentimiento de no pertenecer a ningún grupo humano, ausentándome de cada uno de ellos, y aún de mi propio hijo, por necesitar encontrar al padre imaginario y amoroso que me faltó. Este quizás sea uno de mis fantasmas fundamentales: buscar al padre que no tuve. Y esta es una de las razones de mi falta de fe y profundidad en mis sueños: la preocupación de necesitar un padre que me ame. El trabajo de duelo que comencé hace nueve meses con mi psicóloga me lleva a replantearme mi posición desinvolucrada y débil que he sostenido durante muchos años en mi vida, en cuanto a dos áreas fundamentales, que ya comienzan a dar sus buenos frutos, y estas son: el vínculo con mi hijo y mi desempeño laboral en el Ministerio. Este descompromiso histórico está relacionado con identificarme con el desamor de mi padre hacia mí, y también con esa necesidad inconciente de buscarlo. Si bien paralelamente he asumido actitudes de amor y responsabilidad tanto hacia mi hijo como hacia mi trabajo, evidentemente no fueron suficientes, con los correspondientes resultados obtenidos: con respecto a mi hijo, por el retraso madurativo que padece; y en cuanto a mi trabajo, por las malas calificaciones que obtuve. Mi posición es la de ser neutro y ausente en funciones en las que no debería serlo. Esto puede estar vinculado con la postura neurótica obsesiva de retroceder ante el deseo para mantenerlo siempre como imposible. La otra forma en la que manifiesto mi desinvolucramiento es priorizando mis gustos y comodidades, sin ceder más a las necesidades ajenas.

Creo que mi pulsión de muerte principal es la soledad que sostengo históricamente en mi vida como síntoma por el dolor por el desprecio de mi padre. Así fue que nunca me integré bien en ningún grupo, fracasaron mis bandas de música, no resultaron las convivencias con mis ex novias y actualmente estoy separado de la madre de mi hijo sin vivir con él. Puedo hipotetizar que cada mal sentimiento y pensamiento que mi padre ha tenido hacia mí, han conectado espiritualmente conmigo perjudicándome, y produciéndome la soledad que padezco. Es como si toda mi vida fuera un contrapeso a esa oscuridad de mi papá, con las correspondientes pérdidas y obstáculos que sufro por la distancia que estoy obligado a mantener hacia él, para evitar el mal mayor de frecuentarlo, tal como ocurrió entre los años 1998 y 2000 cuando lo reencontré. Pareciera que mi resistencia a su cercanía fuera una disposición de Dios de por vida por su soberbia, para darle la oportunidad a él de convertirse abriendo verdaderamente su corazón hacia mí y hacia mi hermana, cosa que nunca estuvo dispuesto a hacer, como tampoco respecto a mi madre. El punto es no verme perjudicado por esta distancia (o lo menos posible), tal como ni mi hermana ni mi mamá se han visto afectadas a nivel de la soledad que yo cargo, y ni siquiera él, que convive con su mujer desde hace años.

Esta soledad es una constante en mi vida, y he buscado de mantenerla siempre, generando actividades creativas para no aburrirme ni desesperar. Nunca logré sostener una constancia en la relación con ninguna persona, por interponer siempre dicha soledad, ni al menos con mi hijo. Puede que en el fondo de este síntoma exista una desmentida, falta de aceptación por la castración y autorreproches neuróticos ante el dolor por el desprecio de mi padre hacia mí.

La solución para desarticularlo pasa por generar conductas y sentimientos en mi vida, opuestos a la soledad, sin caer en el estado de ansias que a veces también suele afectarme.  

 

Esa angustia que me surge ante el involucramiento en el vínculo con determinadas personas

Claramente todo el trabajo psicoanalítico que vengo desarrollando desde hace nueve meses me llevó a replantearme mi posición ante diferentes vínculos humanos en mi vida; entre ellos la relación con mi hijo, con mi posible nueva novia y con mis compañeros de trabajo. Con mi amado hijo David, me nace la necesidad de frecuentarlo más, con cierto sentimiento de culpa por mi cuota de responsabilidad en la separación con su madre, y las consecuencias que puede traerle mi lejanía, como el retraso madurativo que padece en el habla, o su dificultad para captar las consignas de los profesores e integrarse en los diferentes grupos de compañeros. Este tiempo distante de él también me produce dolor, por ser un hecho irreversible dado el régimen de visitas legal establecido en el convenio de separación. A la vez, si adopto la posición de entregarme más a la relación con personas amadas (por ejemplo mi propio hijo o una novia), siento una angustia que me frena en esa entrega y remite indudablemente a la profunda pena que padecí desde mi nacimiento, por abrir mi corazón repetidas veces hacia mi padre, y recibir desprecio de su parte. Dicha represión de mi entrega ha sido muy notable en mis diferentes noviazgos.

En cuanto a mis ex parejas, sucedió con todas que yo las ubiqué en un lugar de hostilidad hacia mí, despreciándolas, situándome yo a la vez en una posición degradada. Evidentemente con esas conductas yo las estaba identificando con la figura de mi padre, y yo me identificaba con mi mamá, padeciendo la violencia de él. Existió una posición masoquista con esto, pretendiendo devolverle la voz a mi madre, que mi padre pretendió quitarle. Fue el intento inconciente de recibir yo la violencia de mi papá para aliviar a mi mamá, proyectada en mis novias. Y asumir una posición fálica hacia mi mamá, para socorrerla.

A la vez, yo sufro de un rechazo a ser nominado por el deseo de una mujer, como identificación con ese mismo rechazo que mi padre tuvo hacia mi mamá. De ahí mi dificultad para permitir la circulación del falo en pareja, con la consecuente frialdad y desamor de cada una de mis ex novias.

En el vínculo con mi madre ha faltado un mayor “embeleso materno” de ella hacia mí, y claramente diferentes mujeres han detectado esta carencia mía. Desconozco si yo las situé en la posición de que no me admiren, quizás por buscar ese lugar, o si es que ellas fueron desatentas hacia mí por sus propios egoísmos. Pero recuerdo bien que Sofía nunca tuvo ningún reconocimiento a mi creación artística, producto de su rivalidad fálica conmigo.

Todo el desprecio, la rivalidad, falta de cuidado de ella hacia mí, o su narcisismo exagerado, son un peso propio de ella y es inútil pretender cambiarlo. Por el contrario, a ese tiempo y energía debo orientarlo en la nueva novia que estoy buscando. Esta mujer debe generar una posición superadora a mi vínculo con Sofía, también en lo que más me convenga a nivel profesional.

Matías Castagnino