jueves, 20 de mayo de 2021

CUENTO "EL VIAJE" - DEL LIBRO "LIBREPENSADOR" - MATIAS CASTAGNINO

EL VIAJE

Irene, la de ayer, la de hoy...la de siempre. Pensar que nos conocimos como muchas veces suceden los encuentros: de forma casual, atravesando el intrincado río informático de cables, electricidad y códigos binarios que dieron paso, desde nuestras computadoras, a la cuña del destino en el devenir de los días. ¿Quién hubiera dicho que nuestros tiempos se intersectarían así, que dos almas a tan poca distancia, entre tanta gente, se rozarían con un brillo de semejante intensidad? Y ahora sólo queda éter, éter y ese sabor agridulce de culpa por todo lo bueno que no se hizo, que caracteriza a los recuerdos cuando la ausencia. Las valijas también se fueron con ella y sé que por un momento cargó el peso de nuestro círculo sin cerrar, quién sabe si el mismo que la movió a dejar su tierra natal.

Parece que fue ayer cuando entré al bar y sus ojos escrutadores me revisaron en una pasada fugaz desde el cabello hasta la uña del dedo gordo del pie, y a pesar de haber podido mentirle llevé exactamente la misma ropa y colores que habíamos acordado para reconocernos. Lo victorioso de ganar mi gran trofeo de batalla, anotando en la servilleta de papel su número de teléfono y dirección, extraídos como se extrae una gema preciosa de la piedra grosera.

Irene, eterna Irene. Me reclamaba a nivel matrimonio y todavía no sabía mi fecha de cumpleaños...

Llevo una semana sin poder pegar un ojo en toda la noche desde que me contó la decisión de viajar. La sangre familiar tira y de eso no hay duda, ¡pero regresar después de cinco años...! Acá, en el país más austral del mundo, las feroces crisis económicas parecen sucederse como en ciclos, y alejar siempre más la posibilidad de establecerse, esta patria, en un lugar seguro y digno. Para ella fue el agregado que le faltaba a la concreción de una vieja idea. Yo, sin embargo, siempre supe que la posibilidad de radicarme en el “Viejo Mundo” era casi nula; y sostengo, sobre el muelle, el fatuo peso de un recuerdo. Los barcos que se van son su partida, repetida una y otra vez, cruzando el océano hacia el puerto de Marsella; esta distancia que supimos sería larga en un principio.

Todo comenzó cuando decidió postular sus investigaciones sociológicas en el llamado a becas de una organización gubernamental  francoinglesa – si mal no recuerdo -, en lo que sería parte de un programa de intercambio cultural entre las embajadas argentinas y francesas respectivamente. El período de capacitación constaba de un año y medio o dos, para los estudiantes de ambos países, el que en su caso se prolongó a casi siete por el misterio, ella decía, que Buenos Aires había ejercido sobre su corazón; “- cierto dejo melancólico en el aire...las fachadas. Como de tarde gris...como si el rimel se corriera por las lágrimas en el rostro de una amante despechada”-. Después me confesaría que otra de las causas principales que la animaron a tirar anclas y quedarse, fue lo joven y virgen que descubrió a estas geografías donde notaba que todo estaba por hacerse pero todo se postergaba. Lo que ahora dilucido de sus viejas palabras es, sin duda, que esa misma nostalgia que transpira la ciudad se correspondió con la lejanía que la invadía irremediablemente, aún a pesar suyo, y ya ocupaba un lugar sombrío en sus entrañas. Todavía hoy me da escalofrío recordar ese desierto que se desplegaba por momentos en su mirada, invadida de desencanto, del que no lograba apartarla ni aún al compartir alguna actividad o despertarle alguna sonrisa, y frente al que, finalmente, opté por hacerme a un lado en el silencio mutuo, hasta que los espejismos decidieran dejarla, o ella encontrara la fuerza para ahuyentarlos. Luego la costumbre terminaría por hacer normales sus fugas distantes y mi consecuente indiferencia. En estos días me he preguntado si la vaguedad aquella no hubiese sido un vislumbre de este destino errante que nos separaría, o tan solamente huecos por donde premeditaba la despedida, la forma en que me anunciaría su partida definitiva, por cierto abrupta.

Sospecho que no mintió cuando, ante mi desconcierto, dijo que prefirió callar la idea del viaje hasta estar bien segura de que era lo mejor. A decir verdad, yo incubaba la intuición de una posible visita a sus padres desde aquella carta que le encontré en el anaquel de su casa, en agosto pasado. La tinta corrida en algunas líneas develaban el llanto de su madre al escribir; pero más que nada el tono lastimoso y reminiscente de su infancia junto a ella y su padre, evidenció un destornillador con el que, ladinamente, removía la herida natural de la distancia. Hay, al menos, una certeza en mí, y es el saber que el motivo radical de su partida no fue una falla en mi virilidad ni desamor acumulado por mi parte; si bien – como siempre ocurre en las parejas – más de una promesa quedó en el tintero. Pero siempre olfateé en Irene una incapacidad llamativa de poder echar raíces. De hecho durante todo este tiempo se mudó cinco veces de vivienda dentro del barrio. Parecía no afectarle el desgaste que implica cargar con todos los muebles en el flete y el traslado. No sólo no afectarle sino también producirle placer. Repetidas veces le planteé seriamente lo evidente: se encontraba continuando la inercia nómade de su niñez cuando los traslados de su padre médico a los cuarteles y regimientos donde se lo requería; aunque ella se empeñaba en contradecirme y justificar sus rescisiones de contratos de alquiler, con nimiedades que le encontraba a cada departamento.

Aún ahora me río de sus típicos despertares malhumorados y de la vez que la terminé echando en la siesta de ese día feriado. ¿Se acordará cómo voló la zapatilla ? ¿Y cuando nos descubrió la señora del noveno cé en la azotea del edificio haciendo el amor parados? Siempre supe que lo que le he dejado es mucho más que semen en su interior, y esa certeza acaso, aquieta la tempestad de este quebranto enmohecido. Sólo espero que como la química de la obra de arte hecha con nuestra pareja ha cambiado mi vida permitiendo un mayor resplandor, el mismo cambio que también se dio en ella le sirva ahora dondequiera que se encuentre.

Muchas veces quisimos tocarnos y se interponía el cristal invisible de pensamientos, temores, palabras, emociones guardadas. Entonces apoyaba la mano desde su lado del vidrio esperando que hiciera lo mismo con la mía, cual amante que visita a su querido presidiario.

Mis labios acá dicen palabras al grabador, pero no las escucho, no estoy en ellas. Como si otro hablara desde dentro mío al cassette catártico; y su rostro anclado entre mis ojos y el horizonte. Ya no más sus medias en el velador oscureciendo la alcoba, ya no más sus angustias tragadas que yo advertía con cierta congoja cuando inhalaba, ya nadie llama y corta por teléfono en las épocas de distanciamiento, y el terrible dolor de su aroma que las toallas del baño aún conservan...de tachar en la agenda la dirección y el teléfono de su última casa, como los que años atrás fueran amatistas en manos de un minero esperanzado.¿Qué sombra es la que me abruma?

Recién encienden las luces del espigón y yo llevo un siglo esperando su voz, porque tironea la soga que todavía nos une. Un vapor sale de mi boca. Por de pronto, la llegada de este invierno en el aire pareció recordarme lo que cada año: que estoy vivo, el paso del tiempo, los colores del frío otrora; pero hay luceros que aún siendo iridiscentes, el velo de la melancolía logra opacar.

De haber sabido semejante curva de la vida, seguramente le hubiese confesado muchas de las cosas que callé - quizás cobarde, tal vez por no herirla – que ahora irán a parar a cartas que nadie leerá; y lo inútil que fue haber aprendido juntos a saber vivir separados si es que a tantas horas del adiós siento aún las sábanas tibias. Algo me dice que tuve lo que tanto ansié demasiado cerca y no lo vi. Puede que amarla sea dejarla ir, y que mi mente resignada se esfuerce por entender una distancia que mi corazón no termina de aceptar; o bien podría seguir intentando llenar este remolino extraño que ha dejado en mí, imposible de reemplazar, buscando palabras estériles en el diccionario, escribiendo imágenes furtivas, sobrecargándome de trabajo...

Anteayer no pude, aunque por un momento lo intenté frente a sus amigas, contener las lágrimas que amenazantes, se agolpaban en el rincón del ojo.

Hoy es el día de “acción de gracias” y acá todo seguirá como entonces, en esa mezcla de incertidumbre y tranquilidad que desde joven provoca en mí la realidad de este tiempo; el no tener del todo en claro si es que nuestra civilización evoluciona mediante la ciencia, si hay algún objetivo al que llegar - como la expansión del porcentaje utilizable de nuestra capacidad cerebral, o algún cambio de estado en nuestra materia – o, caóticamente, estamos inmersos en un lento apocalipsis que nos conduce a la desaparición inevitable de nuestra especie, caminando en un callejón sin salida. Supongo que siendo esta última hipótesis cierta, no tendría ningún sentido llevar una vida saludable ni creer en la posibilidad del cambio; y siendo cierta la primera, todo este desencanto carecería de sentido. Me volveré a cruzar con el futuro errante de lo que no voy a convertirme, personificado en esos solterones solitarios de bar en queja permanente; y morderé el barro otra vez. Después de todo la mayoría de gatos perdidos saben regresar a su hogar.

¿Cómo nunca antes oliste ese maldito gas en el aire? ¿Por qué tanta mala suerte de producirse la pérdida justo cuando dormías y apenas una noche antes de embarcarte? Una vez más compruebo tristemente que la parca, aparte de imprevisible es injusta ya que tu estado de salud era perfecto y tu corazón de una calidez pocas veces vista en la gente, y ni siquiera me sirve el consuelo de que al menos no sentiste dolor. Uno lamenta la muerte de un ser querido porque nos hace acordar de la propia - o esa calidad de turistas de paso que todos tenemos por la vida -, y por la parte nuestra que se va. Así, con lágrimas, damos la bienvenida en el nacimiento al paréntesis que se abre, y la despedida al que se cierra por siempre en un ataúd que cruza el mar para ser velado con los suyos.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario