sábado, 15 de mayo de 2021

CUENTO "LA CONVIVENCIA, ESE FILTRO IMPIADOSO" - DEL LIBRO "RECUERDA QUE HAS DE MORIR" - MATIAS CASTAGNINO


 

LA CONVIVENCIA, ESE FILTRO IMPIADOSO

Mi desafío para lograr una pareja próspera pasa por la convivencia, una instancia que nunca experimenté bien con Lautaro Droivieux. Me llamo Gianette, soy contadora de profesión, nunca ejercí, pero subsisto como empleada administrativa en el Banco Municipal y dando clases pakua, un arte marcial chino. Cuando caí en la cuenta que la soledad es un hábito silencioso que se adosa en la piel como la cera depiladora, y nos acomoda la intolerancia o los prejuicios, decidí invitar a Joana – mi prima hermana -, a que se quede en mi departamento. El vencimiento de su contrato de alquiler sumado a su falta de medios para renovarlo reforzaron la decisión. Si bien fui conciente que ningún grupo de compañeras que vienen a estudiar a la ciudad desde el interior del país (ni siquiera siendo dos) logran convivir más de un año y medio, por los lazos de sangre que nos unían más mi necesidad de abrirme, aposté a poder lograr un vínculo duradero bajo el mismo techo.

En realidad, antes de relatar el penoso devenir por medio del cual un vínculo afectivo termina por estropearse definitivamente, debo remontarme más atrás en el tiempo y dejar en claro cómo fue que pude disponer de mi espacio y tiempo para aceptar una convivencia con Joana, cómo llegué a esa situación. Y eso fue la consecuencia de mi ruptura con Lautaro. Con Lautaro terminamos el noviazgo (mejor dicho lo dejé), simplemente porque no quiso invertir en la construcción de la casa que tanto yo anhelaba. Suena muy frívolo dicho así. En verdad la inversión fallida fue la punta del iceberg...¿por qué no reconocerlo? La debacle en nuestra historia había comenzado años atrás: el famoso y paulatino desinvolucramiento que termina por quebrar las parejas, y la conflictividad, y la falta de fe, y las broncas calladas, y las broncas habladas que traen discusiones sin solucionar nada, y las infidelidades...en suma: un noviazgo destinado a terminarse o la condena a sobrellevar una larga vida de desdichas. Si hablamos de engaños, yo opté por meterle los cuernos con mi entrenador personal, pero sólo cuando la pareja ya venía mal, y provisoriamente hasta que nos casáramos y tuviéramos hijos. Creo que cada encuentro lujurioso a sus espaldas era una suerte de venganza por su frialdad...para que reaccionara.

Después de los primeros meses de engaños con el entrenador no quise que el vínculo se profundizara,  y mi corazón se llenó con aires renovados de esperanza hacia Lautaro; quizás con culpa también. Fue entonces cuando decidimos comenzar las sesiones de terapia de pareja ¿No era coherente intentar rescatar los lazos que nos unieron durante tantos años? ¿Qué hubiera hecho usted en mi lugar? Para resumir, el efecto de los diálogos con la psicoterapeuta fueron como intentar apagar el fuego con combustible…A mis largas defensas –en las que encontraba bastante consenso de la terapeuta-, le seguían feroces discusiones afuera, cuando volvíamos. Luego comprendimos que era en vano intentar resolver los problemas en conjunto, si cada uno tenía bastantes sombras individuales para desenmascarar. Y fue ahí cuando comprendí cabalmente que cuando un integrante de la pareja comienza psicoanálisis, lo más saludable es que el otro, por su lado, también lo haga. Al menos si a lo que se apunta es que la pareja continúe unida. Fue evidente que el terreno farragoso de dudas al que lo llevó su psicóloga personal, me encontró desprevenida y sin comprender sus reclamos, por no haberme yo analizado por mi lado.

Lo que jamás sospeché de aquella primera aventura amorosa fue que abriría un irrefrenable camino de amantes y lujuria que terminarían por convertirme en la ninfómana que soy hoy, que no puede aguantarse más de un día sin hacer el amor. Y eso que siempre llegué al orgasmo con Lautaro, a diferencia del desconsiderado de mi novio anterior, que en cinco años nunca me hizo ni mojar, y ni se preocupó por averiguar sobre mi sexualidad. Y quizás fue aquel otro de los escollos fundamentales que me llevaron a terminar con Lautaro. ¿Para qué enumerar mi aventura vegetariana con Lidoro, el verdulero desalineado que me acorraló entre los cajones de manzanas, o con Cacho, el taxista que cambió de trayecto y propuso el motel “Brujas”, en las afueras de la ciudad? Ni hablar de Octavio, el joven ginecólogo que supo enseñarme las virtudes del punto G entre la camilla y el escritorio.

Mucho pensé y repensé las causas de mi ruptura, porque no tengo la plena certeza de que haya sido por los numerosos amoríos. De hecho es muy poco probable que el vínculo con mis amantes pudiera influir en algo, ya que siempre fui una artesana en eliminar todo tipo de pruebas…incluso los cabellos del colchón, cuando Lautaro viajaba. A la infidelidad la ubicaría entre las últimas de las causas perniciosas. Bastante más influencia ha tenido la falta de enamoramiento con la que empecé la relación ¿Cómo creer en el idilio a lo Romeo y Julieta si la ciencia ya determinó que los químicos que generan las glándulas (endorfinas), y actúan sobre el cerebro, no perduran por más de seis meses? Pero de a poco me fui involucrando, y más que nada a fuerza de celos, cuando él empezó a estudiar con la vecina del departamento de enfrente, en su edificio. Lo que sí me propuse desde entonces es no revivir más cadáveres en mi vida. Porque Lautaro era eso cuando lo conocí: un tipo chato y con un trabajo mediocre. Desde que me conoció no sólo lo ascendieron de puesto sino que recorrió otras ciudades y supo lo que era veranear, producto de mi insistencia con los viajes.

 

Con el aroma a café con leche que regalan los bares por la mañana, comencé el día de hoy, y para no irme por las ramas diré que no existe fuerza más poderosa en el mundo que la ternura, y también mencionaré a los bienes materiales como una de las principales miserias del hombre, o al menos mía. Es verdad que cuando la relación no dio para más (portazos y desapariciones de por medio), llegaron mis recurrentes “si no te gusta andate”, ya que el departamento donde vivíamos era mío. Pero no es menos cierto que mi frialdad e insensibilidad de entonces ante las tantas tarjetitas con dedicatorias que me regalaba (esas que venden los niños en la calle), o la falta de actividades culturales en común para compartir (a él le encantaba el cine dramático y la lectura…yo jamás terminé un libro en mi vida y a lo sumo veo comedias), todos estos desencuentros, es cierto que tuvieron su origen en el trauma que sufrí en mi infancia cuando mi tío Mirko me manoseó varias veces, ante lo que yo callaba en mi casa, y pasaba largas horas embelesada frente al televisor. Y a esto pude dilucidarlo hablándolo en las psicoterapias. Incluso la misma terapeuta me dio el alta…Yo ya detecté las causas de todos mis males removiendo el vado del pasado, y con eso es más que suficiente. Basta con tener buena memoria y modificar algunas mañas para que el noventaicinco por ciento de la existencia de una persona quede solucionado; y como no creo en las vidas pasadas ni en toda esa ridiculez digna de las mejores historias de ficción, del karma y la rueda de la vida, creo que mi realidad quedó resuelta y establecida hace ya unos años, sin tener que replantearme nada demasiado, también por eso de que la duda es un ruin veneno para el alma.

Acá en la oficina todo sigue con la chatura de siempre: comenzar la jornada desayunando (el momento que más disfruto del trabajo), los chistes con mis compañeros, la misma tanda de oficios judiciales con pedidos de los jueces y abogados, casi similares reclamos por parte de mi jefe, en suma…Pero no puedo soslayar que algo cambió profundamente en mis días desde que una persona muy particular ingresó en ellos: Eliseo Ruckert, el arquitecto quincuagenario que fuera una esponja para mi sueldo. Nos reencontramos gracias a los milagros de la Internet después de diez años sin tener noticias uno del otro. Su vida seguía casi tan estática como siempre, con la novedad de que Sonsoles, su única hija –que la última vez que nos vimos tenía ocho años -, ahora era una adolescente con más carácter que desarrollo físico. Y su sequía laboral…El padecía las consecuencias de no saber liderar grupos humanos, algo fundamental en el ejercicio de la arquitectura. Por lo que toda obra que comenzaba terminaba por frustrarse por supuestas causas contingentes (como el incumplimiento de albañiles, carpinteros, etc.), y sus clientes optaban por contratar a otro profesional. En esas circunstancias fue que nos reencontramos con “Eli”, como yo solía decirle cariñosamente.

A los pedidos de ayuda financiera para pagar los gastos varios de Sonsoles, le siguieron los préstamos para saldar el alquiler del hogar, ya que su casa de siempre la ocupaba Domitilia, su ex esposa, y según el acuerdo judicial al que habían arribado. Ocurría que la joven Sonsoles había elegido vivir con su padre porque Domitilia sufría de alteraciones mentales que la volvían una mujer peligrosa y difícil de sobrellevar. En ese contexto decidimos –después de nueve meses de filtreos-, intentar una convivencia en su casa de calle Zeballos mil trecientos veinte, para comodidad de los dos, dada la frecuencia cada vez mayor con que nos veíamos y la generosa distancia que separaba a ambos hogares. Tengo la seguridad de que podríamos haber echado raíces allí de no haber sido por los ataques de celos de la jovencita. Desde que instalé la valija en el dormitorio, la muchacha no dejaba de atacar a Eli por las nimiedades más variadas, situación que me ponía de mal humor y me situaba en la incómoda postura de permanecer neutral, ya que la muy astuta me negaba todo tipo de participación y hasta me había retirado el saludo. Sólo agregaré que a esta convivencia fallida de dos meses, le siguió un injusto maltrato de él hacia mí, cuando decidí dejar de ser la monja caritativa que encubría con dinero su falta de apertura social y liderazgo en las construcciones edilicias. La bomba estalló en el viaje que programamos a Santiago de Chile, reservado para pasar quince días juntos, y que sólo duró dos, cuando después de la quinta discusión decidí volverme sola.

 

Dicen que la vida es pendular y que la inercia de los sucesos es lo que prevalece, por más esfuerzos que se realicen. De esto no tengo la menor duda. Porque no creo que mi madre sea un verdadero escollo en mis noviazgos fallidos; ni siquiera con las cinco o seis llamadas que me hace por día, ya que tengo bien en claro que el consentimiento a alguno de sus caprichos es algo provisorio, algo que se va a terminar el día que forme una familia. No puedo negar que he llenado mis horas con actividades de toda especie, aparte de las clases de pakua en el instituto. Hasta llegué a participar en un taller de paisajismo porque me aburría en las tardes libres y vi el anuncio en el diario. Yo me encargué de darle forma al mundo que me mantuvo en movimiento desde el quiebre con Eliseo, y tal es la dinámica diaria que ya ni escucho a las canciones enteras. Era de esperarse que los días de mi prima Joana en mi hogar duraran lo que un pestañeo, y que con ellos se estropeara un vínculo de tantos años, aunque en su momento no lo advertí y creí hacerle un bien.

Los primeros síntomas de la ruptura comenzaron con su desidiosa falta de colaboración con las tareas del hogar y hasta con el pago de los impuestos, a pesar de los costosos cursos en los que invertía con descaro. Su actitud pareció ser la de un turista o pensionado, llegando al colmo de la inexperiencia cuando quiso rellenar los alcauciles con salsa y carne picada, sabiendo cualquier cocinera con mínima práctica que el relleno se hace con queso y atún. No quiero volver a rememorar la reconciliación con Toto, el grosero de su novio, después de haber llorado durante días y pedirme toda clase de consejos ante las sospechas de que la engañaba. Pero hubo un hecho puntual que me decidió a que le pidiera que pensara en otro lugar para vivir. Ocurría que cada vez que yo le comentaba algún proyecto, de la especie que fuera, dicho proyecto fracasaba con un éxito rotundo. Ejercía una especie de nube negra, alentada por los vientos miserables de la envidia o del desmerecimiento. La decisión más importante que tomé desde que Joana partió fue vender de una vez esa cama de dos plazas que estaba siempre como a la espera de otra persona.

Hoy por hoy estoy bastante bien sola, aunque por supuesto que extraño ciertos momentos de la vida en pareja, sobre todo cuando escucho a los jóvenes decirse “mi amor”. Y es verdad que hay días que me pesa no poder contar con ninguna amiga, ya que todas formaron familia. Tengo pensado que si a los cuarentaicinco sigo sin encontrar pareja, me haré inseminar semen o le propondré a algún amigo que me embarace, con la promesa de no reclamarle la paternidad ni los alimentos, porque si a algo no voy a renunciar eso es a la maternidad. A mamá no creo que la deba hospedar a futuro, ya que la obra social le cubrirá el geriátrico, y hombres no me faltan, pero eso sí: de la puerta para afuera.- 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario