viernes, 18 de junio de 2021

LIBRO: "LA CURA PSICOLOGICA DE LA NEUROSIS DE IRINEO CROPOSKY (SUS AUTOANALISIS Y TERAPIAS)" - MATIAS CASTAGNINO

 


Mi impotencia psíquica e inhibiciones por la falta de unidad de la corriente cariñosa y sensual de la libido

Mi neurosis se ha desencadenado por la incapacidad de unificar la corriente cariñosa y sensual de mi libido ya desde niño, tanto hacia mujeres como en los grupos. Es por esto que generé esta disociación en mi vida erótica, tal como la enunció Freud: “si amé a una mujer, no la deseé; y si la deseé, no pude amarla”.

A la incapacidad para generar dichas corrientes libidinales, la ocasionó en mí, primero mi padre con su abandono desde mi nacimiento, y luego mi madre con su narcisismo marcado, posicionándose en la figura de una mujer líder inaccesible sentimentalmente, tal como también lo fue mi abuela.

Los bloqueos de mi libido cuando yo buscaba volcarla en mi mamá, produjo que yo la retrajera sobre mí en una parte (generando mi narcisismo), y que otra parte la volcara sobre otros objetos de amor inanimados, y sobre mis fantasías.

Una de las manifestaciones actuales de dicha retracción libidinal sobre mi yo es la posición de sujeto supuesto saber, que interpongo ante el prójimo, bloqueando una buena interacción. Esto me perjudica claramente en todos los vínculos, y es la causa del fracaso de mis cortejos ante mujeres, de mi liderazgo en grupos en los que lo pretendí (por ejemplo mis bandas de rock), y de mi inseguridad como hombre ante las parejas que tuve. A toda mujer que me acerqué sentimentalmente, terminé degradándola por mi incapacidad de amarlas, y situarme en una posición de superioridad como “sabiondo” ha sido uno de los tantos medios de degradación, como así también la anulación de sus deseos y ciertas hostilidades.

 

La falta de profundidad en los lazos afectivos

La falta de generación de profundidad en mis lazos afectivos, con la consecuente continuidad, fue producto de sostener en un nivel muy inconciente y velado la angustia por el desprecio paterno hacia mí. Esta falta de profundidad ocurrió ya desde mi primer infancia con mis compañeros del jardín, de la primaria, de la secundaria, los amigos del barrio en mi adolescencia, con mis diferentes compañeros de trabajo, mis novias y hasta con mi propia mamá y papá en mi grupo familiar.

Yo sentía que el vínculo se agotaba con mis amigos si los veía muy seguido: caía mi entusiasmo y me aburría; no encontraba ni imaginaba nada nuevo para compartir. Mi madre no estimulaba ni siquiera una continuidad mensual para recibir amigos en mi casa, ni para ir yo de visita. Es por esto que me faltó crear el sentimiento de afecto frecuente y duradero con amigos, sin tener tampoco primos cercanos, ni amigos en mi propia cuadra.

Es probable que en mis temores actuales exista una conexión directa con los miedos que viví durante mis primeros cuatro años, en los que padecí el abandono de mi padre, quizás mezclado al temor de sus acercamientos violentos. Las noches sin la presencia de un hombre que nos protegiera a mi familia y a mí, sin dudas generó temores en mi alma. Como reflejo de aquellas sombras, el sentimiento principal es el miedo a no poder sobrevivir por ser yo débil. Este mismo miedo se manifiesta ahora en mi adultez con determinadas obligaciones que debo yo asumir y no lo hago bien del todo. Por ejemplo, no habiendo sabido convivir con Sofía pudiendo criar a mi hijo más íntegramente. O ejerciendo mi trabajo con más responsabilidad y compromiso.

Ante la angustia y síntomas actuales producto del alejamiento de mi hijo y su mamá de mí por la mudanza que realizaron, aquellos viejos temores arrastrados toda mi vida se hicieron más presentes, por transcurrir días enteros sin ver a mi hijo por primera vez en cinco años desde que nació. Así es que frente a la situación irreversible de la separación con Sofía, y a pesar del régimen de visitas diarias pero que no resisto cumplir los siete días de la semana, la solución para subsanar la mayor soledad que siento pasa por:

1)   Generar una red de relaciones sociales frecuentes con amigas, amigos y familiares, con los que poder compartir encuentros, llamadas telefónicas, etc., apuntando a formar una pareja estable.

 

2)   Crear arte y ciencia, invirtiendo en la calidad de lo creado, la difusión, etc.

 

Tanto mi mamá como mi abuela me enseñaron que el mejor camino para que fluya la libido, conservar la lucidez y estados de ánimo sanos, es diversificar los vínculos sociales, siendo generoso, entre otras cosas. A tal punto fue eficaz ese estilo de vida en ellas, que jamás en mi vida las vi deprimidas a ninguna de las dos.

En cuanto al vínculo de pareja, que yo considero sustancial en mi vida, es claro que para lograrlo en forma estable debo desarticular identificaciones y fantasmas que mantengo con mi madre. Por ejemplo, un primer paso lo di eficazmente al frenar las identificaciones con los viajes de mi madre, que mantuve durante nueve años, destinando el dinero, tiempo y energía a ampliar mi hogar para tener un hijo. Esto me permitió cancelar un viaje a New York y otro ofrecimiento para ir a Miami, terminar la obra de ampliación, e inmediatamente conocer a Sofía y seducirla con mi casa ya ampliada; con dormitorio, estudios y terraza para un futuro hijo. Lamentablemente, la instancia de la convivencia y finalidad de dicho hogar no funcionó, justamente por ese Complejo de Edipo nocivo con mi madre, al que yo hoy me esfuerzo por desarticular, entre otras causas.

Así, sostengo también un narcisismo malo producto de retraer mi libido, como consecuencia de la crianza autosuficiente y exigente de mi madre, como así también anulo el deseo del otro e impido la circulación del falo, por la misma razón. Y también ese narcisismo se generó por los rechazos de mi madre para volcar mi libido en ella, sin hacerlo cariñosamente tampoco ella hacia mí.

Otra de las razones que me imposibilitaron la falta de continuidad en la amistad con compañeros, aparte de los impedimentos generados por mi madre al exigirme labores domésticas, fue cierta toxicidad que se generaba en esos vínculos, por la sola frecuencia. Esto me ocurre al día de hoy, y no sólo con amigos, sino también con mis hermanos, madre, etc. La solución para superar este obstáculo es ejercitar la cercanía y lejanía con estas relaciones, trascendiendo dicha toxicidad.

 

Sobre mis esfuerzos por ponerle fe a lo que ya no funciona / Mi posición fálica hacia mi padre / El temor por la desprotección paterna

Es una característica general en mi vida el hecho de ponerle fe a vínculos humanos y actividades que compruebo que ya no funcionan, y esto como identificación con la paciencia y reincidencias que mi mamá tuvo hacia mi padre biológico, hasta comprobar que era imposible cambiar sus miserias y que no le quedaba otra alternativa más que cortar vínculos definitivamente con él.

Históricamente existió en mí una identificación con la posición fálica de la obligación de cargar con el peso de ayudar a mi papá a salir del alcoholismo y a que asuma su rol paterno. A esta posición me identifiqué en la relación con mis vínculos y amigos, y por evitarla, terminé cortando o distanciando mi interacción con ellos. Y también, aparte de esta postura fálica, asumí la posición a la que pretendió reducirme mi padre con sus actitudes, de ser el “niño despreciable que no vale la pena criar”, por lo que no tomé la suficiente iniciativa con mis relaciones afectivas, ni tampoco la permití cuando mis afectos intentaban generarla conmigo. Por ejemplo, me he negado a invitaciones como andar en kayak, que me ha hecho mi hermano Abelardo; o a almuerzos que me propuso mi hermana Dafne o mi amigo Ciro. O he sido indiferente ante regalos de amigos (como el CD de los Beatles que me regaló mi amigo Carlos); o sin acceder a invitaciones de salidas, como la que me hizo Natalia, mi compañera de la secundaria; o todas las propuestas similares de cada una de mis novias.

Las dos conductas fundamentales que me llevaron a mi aislamiento y soledad actual fueron:

 

1)   Asumir la posición de "Irineo, el niño despreciado por su padre, que no puede integrarse”

 

2)    Irineo, el niño autosuficiente que no necesita de nadie, porque así me crió mi mamá, contando con su enorme apoyo.

Paralelamente, existió en mí desde niño un temor profundo por el sentimiento de desprotección paterna que siempre tuve, resultando insuficiente para mí el apoyo y crianza de mi papá Gustavo y de mi mamá. Dicho miedo estuvo siempre en mí y claramente fue traumático, sumado a muchos descuidos que mi madre tuvo hacia mí, y a excesivas obligaciones familiares para las que no siempre contaba con los medios. Por ejemplo al enviarnos solos en colectivo al Rowing Club junto a mi hermana Dafne y mis dos hermanos menores, Manuel y Abelardo, siendo todos muy pequeños, cargando con el peso de los bolsos, caminando los cuatro hasta las paradas de dichos colectivos, exponiéndonos a cruzar calles peligrosas, teniendo yo que asistir a mis hermanos en bañarse en el club, y todas las responsabilidades del cuidado de mis hermanos que recaían sobre mi hermana mayor y sobre mí, que éramos los más grandes, pero con apenas doce y cotorce años, respectivamente; teniendo mis hermanos menores cuatro y siete años. Todo esto ante la ausencia de mi madre y de mi padre.

A este temor a la desprotección también lo padecí en un caso de amenazas de un compañero de otra escuela, en las clases de Educación Física, que estuvo a punto de golpearme, cuando yo tenía once años, sin contarle a mis padres esta situación. O lo sufrí ante situaciones problemáticas que mi madre no evitaba por mí, como enviarme solo a hockey en colectivo perdiéndome en el centro de mi ciudad siendo un niño; o ser el último en copiar las “tareas” del pizarrón a mi cuaderno al final de clases, quedándome solo en el aula, y a sabiendas de mi mamá (que para colmo estaba cerca por ser la Directora de la escuela).

En la actualidad, aquel temor al desamparo se manifestó en la suma de carencias y errores que cometí con todas mis parejas, expresándose como punto culminante con Sofía y mi hijo, en toda la experiencia fallida de la compra y ampliación del hogar familiar que les proveí durante tres años, produciendo históricamente mi falta de aptitud para convivir en familia. Dicho “punto límite” acarreó un desencadenamiento psicosomático de trastorno de ansiedad y punzadas en mi pecho, con una correspondencia entre zonas de destrucción en la imagen del cuerpo y zonas de destrucción en la estructura familiar (tanto por medio de mi padre biológico, como de mi madre). Por lo tanto, una similitud entre los agujeros de la realidad y la falta del Nombre del Padre, o su carencia.  


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