Reflexiones
sobre mi rivalidad con determinadas mujeres
Mi mamá Eloísa y Sofía, la madre de mi hijo, son las
dos mujeres más cercanas en mi vida, con las que más afecto comparto, de las
que más dependo y con las que más rivalizo. De ambas dependo en diferentes
aspectos desde hace muchos años. Con Sofía, a causa de nuestro hijo, siendo el
fruto en común que buscamos y lo más valioso que tengo en la vida, con el
aumento de dicha dependencia que genera la separación con ella y la tenencia
legal que ella tiene de David. Y con mi mamá la ligazón es económica e intelectual,
ya que no sólo son cíclicas sus ayudas en dinero, sino también sus consejos en
diferentes aspectos de mi vida (por ejemplo en la decisión de vender la casa de
calle Dulmen, cuando yo tenía la intensión de alquilarla).
Es curioso que pocos meses antes de que se derrumbara
el balcón en la casa familiar de calle Dulmen, durante la obra de ampliación
que venía financiando mayormente mi madre, tanto con mi mamá como con Sofía
mantuve una fuerte discusión en el mes de junio de 2020, durante la cena que Sofía
organizó junto a mis suegros, David y yo. Esa noche yo eché a mi mamá de dicho
encuentro porque pretendía ejercer dominio en el grupo y criticaba a mi hijo,
grupo conformado por la familia de Sofía y que yo me esmeré por acercar a mi
familia.
Esta rivalidad fálica con mi madre también sucedió en
el viaje que hicimos juntos a Mar del Plata en 2019, o ante un cumpleaños de
ella al que yo no quise que asistiera mi hijo. Apunto a que con una nueva novia
se neutralice esta rivalidad tanto con Sofía como con mi mamá, como un tercer
foco de energía en mi vida, y sin por eso descuidar la crianza de David. Pero
soy conciente de que si las razones de mis rivalidades con Sofía y mi madre
responden más a causas neuróticas mías no curadas, esos mismos patrones de conductas
van a repetirse con cualquier otra mujer, generándome más problemas que
alivios.
Con Sofía, la causa principal de las rivalidades son
los criterios de la crianza de David, a veces contrapuestos, lo que genera
discusiones hasta aunar posturas. Otras veces aflora el sentimiento de odio por
parte de ella hacia mí, por no haberle cedido mi casa después que la
convivencia no funcionó, y del nacimiento de nuestro hijo; entrega que yo
concientemente me negué a realizar por lo injusto y oportunista que me resultó
su separación de mí, y por descubrirle mensajes sensuales con algunos hombres
ya desde antes de mudarnos, situación que hubiera puesto en peligro ese
inmueble y mi posición de padre de familia, si ella hacía ingresar o instalaba
a cualquier hombre bajo ese techo ante mi cesión. Con mi madre, por su lado, el
motivo de las rivalidades responde a sus críticas constantes hacia mí, a las
pulsiones de dominación, a su superyó excesivo, y todo lo que tiene que ver con
su goce parasitario, la deficiencia de su autocastración, y la degradación mía
como objeto. Con lo cual las causas de esas rivalidades recaen más sobre sus
propias neurosis y son totalmente injustificadas.
El
desahogo al ser comprendido por mi madre en mis temores, dificultades y
angustias por los fantasmas de mi padre que me atacaron desde niño
Durante el último gran asedio de temores que padecí
como consecuencia de los daños que produjeron en la obra de mi hogar de calle
Dulmen atacantes anónimos, con ánimo de ocuparlo, al contarle inmediatamente la
situación a mi madre y compartir con ella las estrategias para seguir en la
protección de dicho inmueble, y recibir su ayuda en dinero para pagarle al
sereno que comenzó a cuidarlo, ante estos diálogos con ella, aquellos miedos
profundos desaparecieron con un gran alivio en el mismo día. Automáticamente
comprendí que en el origen de muchos síntomas míos, existió la desesperación
por no haber sido suficientemente entendido no contenido por mi propia mamá
ante los fantasmas que me atacaron desde mi nacimiento como consecuencia del
desprecio de mi padre hacia mí, y su hostilidad hacia ella. Dichos temores me
generaban grandes preocupaciones y me dificultaban actividades sencillas, y me marcaron
con sentimientos tristes que yo sobrellevé toda mi vida en soledad, sin abrirme
ni compartirlos demasiado. Esta cerrazón y refugio en mis síntomas y
obsesiones, se produjo fundamentalmente por no contar con la escucha y
comprensión de mi madre. Y fue por esto que la compañía y el amor brindado por
mis novias no me fue nunca suficiente: me faltaba una mayor contención por
parte de mi madre.
Hizo falta una situación extrema en dificultades y
percances, como lo fue esa obra de ampliación de ese hogar familiar, para que
volviera yo a recurrir en forma más directa y continua a mi mamá, como no lo
hice al comprar erradamente ese inmueble, y para sentirme finalmente más
contenido y comprendido por ella. Así y todo, ella no mantiene conmigo una
actitud de mayor amistad y cariño cuando la visito, sea por temas de dicha obra
o simplemente para compartir un encuentro, sino que continúa sosteniendo la
lógica de la dureza, de destinarme un tiempo estricto o inflexible y escaso.
En el proceso de ampliación, compra y refacción del ex
hogar familiar se conjugaron la incomprensión de mi dolor por el desprecio
paterno, tanto por parte de mi madre como de Sofía, aún esforzándome mucho para
buscar dicho inmueble, construirlo, etc., siendo esas mismas incomprensiones
las que me llevaron a separarme de Sofía y tener que proveerle esa casa. Esta
puede ser la causa principal de mis rivalidades con ellas, y claramente debo
apuntar a curar mi neurosis producida por los traumas y síntomas de mi infancia
confiando más en mí, y no tanto a ser comprendido por los demás. Igualmente es
muy importante saber pedir ayuda, compartir el propio dolor y hacerse valer.
Sobre
mi rivalidad con determinadas personas
Con mi padre biológico no existió un Complejo de Edipo
ni desarrollado ni sepultado, dado que él permaneció casi completamente ausente
toda mi infancia. Es a raíz de esto que cuando lo reencontré a mis diecinueve
años no se dio la instancia de la reconciliación, el hacer las paces y llevarme
los “títulos de virilidad” en mis bolsillos, porque yo ya era un hombre formado
para ese entonces, con todo el proceso del Edipo cumplido con mi papá Hugo. Y
es por esta razón que puede haber permanecido en mí hasta el día de hoy, un
sentimiento de rivalidad hacia mi papá biológico, proyectado en ciertos otros
hombres, porque de niño no pude “vengarme” de él por todo lo que la hizo sufrir
a mi madre. Con el agravante de que cuando nos reencontramos, tampoco él tuvo
el deseo de fraternizar bien conmigo, manifestando su mismo desamor de quince
años atrás.
Si considero que en la obra de ampliación conflictiva
en mi hogar de calle Dulmen existió una identificación del mismo con mi madre,
la posición de rivalidad fálica entonces tuvo como objetivos al arquitecto
negligente y a mi propio padre, ya que ambos pusieron en riesgo dicho inmueble
como objeto de amor mío. Sobre todo, teniendo en cuenta que la mayoría del
capital para la compra y ampliación de la casa me la regaló mi madre: fue un
obsequio que funcionó como lugar de asilo para mi hijo y su madre, a la vez que
protegió mi hogar de soltero ante la posible ocupación de ellos y el peligro de
que Sofía introdujera o formara pareja con un hombre allí, estando nosotros
separados.
En cuanto a mi padre, si bien no mantengo vínculo con
él desde hace veintiún años, su influencia negativa tanto durante mi infancia
como cuando lo reencontré en mi adultez, no hubiera permitido ni comprar ni
ampliar dicho hogar, ni obtener ninguno de los frutos que logré a lo largo de
mi vida, porque los temores, angustias y obnubilación fueron siempre muy
grandes ante su presencia. Existió una mezcla de amor y temor hacia mi papá
durante mi primer infancia, en el sentido de necesitar su protección como todo
niño, pero a la vez comprobar su desamor hacia mí, y el peligro de sus conductas
temerarias.
Fue por aquel Complejo de Edipo inconcluso con él que
yo, luego del siniestro del derrumbe del balcón en la obra, sin consecuencias
graves, retomé el vínculo con mi primo hermano por la línea paterna,
enviándole un mensaje por chat, con la foto de la tapa
de mi séptimo libro, en la que figuro mi hijo y yo. Lo hice para que mi padre
se enterara de mis “títulos de virilidad” ganados por mi propio mérito, con el
nacimiento de mi hijo y el rescate de la pérdida de la casa que hubiera implicado
un accidente con el derrumbe del balcón, demostrándole indirectamente que puedo
valerme por mí mismo, algo que él no permitió en mi niñez por la falta de
vínculo. Y a la vez, esta comunicación mía pudo haber simbolizado un desafío
hacia mi papá por considerarlo un rival.
Paralelamente también desarrollo rivalidades hacia mi
madre o jefes laborales. Con mi mamá la lucha suele ser por quién ejerce más
dominio sobre el otro, o quién tiene más la verdad, o simplemente son defensas
mías ante su goce parasitario de dominar, dar órdenes, criticar, etc. Se
presenta esta rivalidad como rechazo neurótico a la castración del otro, y
ambos, a la vez, nos sostenemos mutuamente el falo en el sentido de asistirnos.
Por ejemplo, ella haciéndome múltiples regalos o financiando mi obra, y yo
enviándole fotos de mi hijo, o comprándole chocolates. Por el lado de ella
existe un fuerte impulso a no tolerar la falta en mí: necesitar completarme.
Asistirnos mutuamente no tiene nada de malo, siempre que no signifique una conducta
sintomática. Ser yo sostenedor de su falo en cuanto a ponerme en falta para que
ella se preocupe por mí, es una posición inconciente que debo desarticular. El
hecho de no bañarme, tener conflictos con mis jefes o volver recurrentemente a
solicitar sus ayudas, pueden ser muestras de buscar yo la posición fálica hacia
ella haciéndola preocupar. Asimismo, dicha posición también se manifiesta en mi
rivalidad con diferentes mujeres y ex novias con las que no me abrí lo
suficiente por “tener que completar a mi mamá y a ninguna otra mujer”. Ya en el
exceso de labores en mi hogar desde niño, con las que mi madre me sobrecargaba,
existía su búsqueda de esa posición fálica, incluso sin permitirme jugar
demasiado con amigos.
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