LIBRO: "LA CURA PSICOLOGICA DE LA NEUROSIS DE IRINEO CROPOSKY (SUS AUTOANALISIS Y TERAPIAS)" MATIAS CASTAGNINO
Pensamientos
sobre los perjuicios de una crianza exigente
Existe en mí un temor a un sometimiento por parte de
personas específicas, que se ha producido históricamente con jefes a los que he
permanecido subordinado, y se repitió con el arquitecto inepto de la obra en mi
hogar, con quien se generó una negociación larga en el tiempo. Este miedo
consiste en que dichas personas detecten un lado débil mío que se generó por
actitudes hostiles en la crianza que tuvieron hacia mí mi madre y mi papá
Gustavo. Mi mamá me castigaba haciéndome pasar largas horas en penitencia
encerrado en mi dormitorio; o me sobrecargaba con labores en mi hogar. Y hasta
que me liberé en mi adolescencia, siempre se terminaba imponiendo la voluntad
de ellos y pocas veces la mía, en muchos aspectos. Esto creó un espíritu
temeroso y de sometimiento en mí, que es el que debí evitar con esa gente
puntual que podía abusarse de esa falencia mía.
Paralelamente generé una posición recurrente en mi infancia
de soportar pasivamente situaciones de humillación y sobreexigencias. Por
ejemplo el maltrato de mi abuelo Eufemio durante las cenas semanales que
hacíamos con mis hermanos en su casa. O los reproches de la granjera de la
esquina de mi casa, que me humillaba y se burlaba de mí porque yo compraba
productos en otro almacén. Ante estas tolerancias excesivas de mi parte, yo
continuaba frecuentando a esa gente y exponiéndome sin ser lo suficientemente
digno ni firme. Sin duda estas pasividades sucedían porque junto con mi hermana
mayor debíamos cargar demasiadas responsabilidades y labores domésticas que nos
endilgaba mi madre.
Paralelamente también sufrí dos situaciones de bulling
en mi niñez, y yo le generé una vivencia de este tipo a un compañero, en séptimo
grado.
La
sombra del desprecio de mi padre como trasfondo de mi larga soledad – La
desmentida
Existe un espíritu histórico de soledad en mi vida
generado por el desprecio de mi padre hacia mí, desde estar yo en el vientre de
mi madre, que se expresa con una desmentida o negación de ese profundo dolor.
Eso me ha producido refugiarme en actividades solitarias, con costumbres
solitarias durante toda mi vida, utilizando el desarrollo intelectual y
artístico como excusas y satisfacción sustitutiva del síntoma.
Mi tendencia a ser un “padre fálico” autoexigiéndome
estar demasiado presente con mi hijo, obedece al temor a permanecer en esa
inercia de soledad que padezco, perjudicándolo con mis ausencias, y
condenándome a no salir de esa posición aislada ni con lo más valioso que
tengo, que es él. Aquella desmentida del desprecio paterno es la que me llevó a
negarme a convivir con varias novias con las que intenté hacerlo, incluyendo a
Sofía y a Miguel. Claramente este es un conflicto inconciente que padezco en el
orden de lo simbólico que significó la ausencia paterna para mí, ya que cuando
lo reencontré en lo real a mi papá, dicha soledad no se desarticuló, ni se
generó un vínculo fraterno con él, ya que su corazón continuaba endurecido.
Esta desmentida y síntoma me ha generado una soledad
con inercia y constancia desde mi infancia, que se volvió más pesada a partir
de mi adolescencia dada la mayor autonomía y responsabilidad que adquirí,
haciéndose más notoria al confrontar mis deseos incumplidos con la realidad.
Por ejemplo, al no conseguir al día de hoy tener una novia estable, ni lograr
la masividad que siempre soñé con mi arte, ni un sentimiento de goce estable.
Conocer a Sofía y buscarlo a David de común acuerdo a
los cuatro meses viene al día de hoy a generar un contraste con aquella soledad
que yo venía padeciendo desde mucho antes, porque me permite estar acompañado
por ellos e interactuar en largos tiempos en los que antes no contaba con
nadie, pero si yo no desarticulo este síntoma y desmentida, volveré a
posicionarme en ese estado de soledad mayor apenas mi hijo adquiera autonomía y
haga su vida.
Encontrar una novia estable es una de las alternativas
más sólidas para estar acompañado llegada la instancia de la independencia de
mi hijo, pero por supuesto que igualmente puedo sentirme solo junto a cualquier
persona del mundo si es que no me curo de la neurosis ocasionada por no aceptar
el desprecio de mi padre.
He cometido diferentes errores a lo largo de mi vida
por no desarticular la desmentida hacia el desprecio paterno, sobre todo
posicionándome como “sujeto supuesto saber” sin escuchar mejor al prójimo. Por
ejemplo, al comprar la casa de calle Dulmen en el estado derruído en el que se
encontraba, sin consultar con mi madre (que fue quien aportó la mayoría del
dinero), ni hacerla participar en la búsqueda tenaz que realicé de inmuebles en
mi barrio, y que provocó los múltiples arreglos que necesitó, más la ampliación
final que tantos problemas me trajo.
Mi
autorreferencia en la separación con Sofía. El cariño y ligamen que deseo
mantener por siempre con ella
Con la madre de mi hijo y ex pareja, Sofía, existe mi deseo
de mantener un vínculo cariñoso y erótico por siempre, de parte mía. Pero a la
vez deseo intensamente tener una novia aparte, que me brinde todo el cariño y
contención que Sofía no me da. La compatibilidad de estos dos deseos viene a
significar la búsqueda de unidad entre la corriente cariñosa y sensual de la
libido, que mi madre no supo generar. El cariño limitado que Sofía me brinda es
a nivel de padre de nuestro hijo, pero no como pareja.
El desencanto principal que yo siento por todo el
proceso de separación con Sofía, en estos tres años y medio, es que yo me
siento traicionado por considerar que nunca realicé nada tan grave como para
establecer una separación definitiva tal como la planteó ella, mucho menos con
un hijo menor. Si bien roces existieron desde el primer momento de la pareja,
era plenamente viable la relación viviendo en dos casas separadas, tal como yo
lo propuse. Con lo cual, me siento usado por ella, para el solo hecho de buscar
un hijo, a propuesta suya, a los cuatro meses de conocernos, aceptando yo sin
dudarlo, y sabiendo los dos que la convivencia había fracasado a los primeros
meses de conocernos. Pero aún con el obstáculo de nuestro vínculo conflictivo,
yo siempre tuve la actitud y fidelidad para formar la familia que anhelé, pero
en casas separadas. Considero que no existió mala voluntad mía para intentar
convivir, ni mucho menos la intensión de “usarla sólo como madre” a Sofía, ya
que probamos dicha convivencia en mi hogar, y fracasó por problemáticas
compartidas (sobre todo por discusiones producto de nuestros rasgos de
carácter). Lo que a mí me llevó a desconfiar fundamentalmente de ella como para
convivir fue: la vida bastante promiscua que tenía previo a conocerme (al punto
de encontrarse con un amigo en su departamento a dos meses de estar de novios).
Tampoco confié en la viabilidad de su estilo grandemente social y cargado de
trabajo. Y finalmente existieron roces y conflictos por su personalidad
altamente rivalizante conmigo, producto de su baja autoestima.
Yo padecí desde que nací la falta de continuidad del
amor de mi padre, por su separación con mi madre previa al embarazo. Esta
disrupción en el vínculo con mi papá, me generó temores, soledad, vacío y es en
lo que lucho para que no ocurra con mi hijo, a pesar de mi separación con su
madre. Me duele y me da culpa la soledad que se le genera a mi hijo producto de
mi parte de responsabilidad en esa separación, y me hace mal que mi hijo se
quede con ganas de verme en el mismo día, después de haberlo visitado. También que
sea una situación irreversible dada la falta de voluntad de Sofía de
posibilitar una reconciliación conmigo, como para poder dormir con David todas las
noches, desarticulando el vacío de mi ausencia. Sólo puedo morigerar esto,
esforzándome por verlo todos los días.
Con mi nueva novia yo deseo darme la oportunidad de
volver a mantener a nivel pareja esa continuidad diaria (al menos en la
comunicación) con un vínculo, si bien con mi hijo me comunico todos los días.
La situación dolorosa de no poder ver a David todos los días, me deja tiempos
de soledad con los que me siento llamado a aprovecharlos al máximo en todo
sentido: sea creativamente componiendo canciones, escribiendo, leyendo,
difundiendo mi arte, o simplemente cultivando los vínculos sociales. Puedo
decir que esta es una misión divina que tengo, junto con otras, como la
relación con mi hijo, justamente para superar la historia de mi padre conmigo.
Un
significado para mi soledad. Mi pulsión de muerte principal
Mi soledad y desarrollo del arte pueden simbolizar el
deseo de un vínculo amoroso con mi padre. Prueba de esto es el hecho de que
cuando falleció mi papá Gustavo, como referente cercano y sustituto paterno
desde mis cuatro años, inmediatamente retomé la actividad artística con la
literatura, después de cuatro años de desencanto y abandono de la música y la
escritura. O sea que a la falta de contención por la muerte de papá Gustavo,
volví a buscarla con el símbolo del arte representando a mi papá biológico
Oscar. Asimismo, cuando me avoqué al estudio de la música a mis catorce años,
lo hice demasiado obsesivamente y focalizado, aun conviviendo con mi madre, mi
padre y mis hermanos. Esto es una clara señal de que inconcientemente yo
buscaba resolver un conflicto edípico, amoroso y traumático con mi padre
biológico, ya que con mi madre me vinculaba permanentemente y ella me ayudaba
en todas mis iniciativas (al menos económicamente).
Paralelamente, desde que tengo memoria acojo el
sentimiento de no pertenecer a ningún grupo humano, ausentándome de cada uno de
ellos, y aún de mi propio hijo, por necesitar encontrar al padre imaginario y
amoroso que me faltó. Este quizás sea uno de mis fantasmas fundamentales:
buscar al padre que no tuve. Y esta es una de las razones de mi falta de fe y
profundidad en mis sueños: la preocupación de necesitar un padre que me ame. El
trabajo de duelo que comencé hace nueve meses con mi psicóloga me lleva a
replantearme mi posición desinvolucrada y débil que he sostenido durante muchos
años en mi vida, en cuanto a dos áreas fundamentales, que ya comienzan a dar
sus buenos frutos, y estas son: el vínculo con mi hijo y mi desempeño laboral
en el Ministerio. Este descompromiso histórico está relacionado con
identificarme con el desamor de mi padre hacia mí, y también con esa necesidad
inconciente de buscarlo. Si bien paralelamente he asumido actitudes de amor y
responsabilidad tanto hacia mi hijo como hacia mi trabajo, evidentemente no
fueron suficientes, con los correspondientes resultados obtenidos: con respecto
a mi hijo, por el retraso madurativo que padece; y en cuanto a mi trabajo, por
las malas calificaciones que obtuve. Mi posición es la de ser neutro y ausente
en funciones en las que no debería serlo. Esto puede estar vinculado con la
postura neurótica obsesiva de retroceder ante el deseo para mantenerlo siempre
como imposible. La otra forma en la que manifiesto mi desinvolucramiento es
priorizando mis gustos y comodidades, sin ceder más a las necesidades ajenas.
Creo que mi pulsión de muerte principal es la soledad
que sostengo históricamente en mi vida como síntoma por el dolor por el
desprecio de mi padre. Así fue que nunca me integré bien en ningún grupo, fracasaron
mis bandas de música, no resultaron las convivencias con mis ex novias y
actualmente estoy separado de la madre de mi hijo sin vivir con él. Puedo
hipotetizar que cada mal sentimiento y pensamiento que mi padre ha tenido hacia
mí, han conectado espiritualmente conmigo perjudicándome, y produciéndome la
soledad que padezco. Es como si toda mi vida fuera un contrapeso a esa
oscuridad de mi papá, con las correspondientes pérdidas y obstáculos que sufro
por la distancia que estoy obligado a mantener hacia él, para evitar el mal
mayor de frecuentarlo, tal como ocurrió entre los años 1998 y 2000 cuando lo
reencontré. Pareciera que mi resistencia a su cercanía fuera una disposición de
Dios de por vida por su soberbia, para darle la oportunidad a él de convertirse
abriendo verdaderamente su corazón hacia mí y hacia mi hermana, cosa que nunca
estuvo dispuesto a hacer, como tampoco respecto a mi madre. El punto es no
verme perjudicado por esta distancia (o lo menos posible), tal como ni mi
hermana ni mi mamá se han visto afectadas a nivel de la soledad que yo cargo, y
ni siquiera él, que convive con su mujer desde hace años.
Esta soledad es una constante en mi vida, y he buscado
de mantenerla siempre, generando actividades creativas para no aburrirme ni
desesperar. Nunca logré sostener una constancia en la relación con ninguna
persona, por interponer siempre dicha soledad, ni al menos con mi hijo. Puede
que en el fondo de este síntoma exista una desmentida, falta de aceptación por
la castración y autorreproches neuróticos ante el dolor por el desprecio de mi
padre hacia mí.
La solución para desarticularlo pasa por generar
conductas y sentimientos en mi vida, opuestos a la soledad, sin caer en el
estado de ansias que a veces también suele afectarme.
Esa
angustia que me surge ante el involucramiento en el vínculo con determinadas
personas
Claramente todo el trabajo psicoanalítico que vengo
desarrollando desde hace nueve meses me llevó a replantearme mi posición ante
diferentes vínculos humanos en mi vida; entre ellos la relación con mi hijo,
con mi posible nueva novia y con mis compañeros de trabajo. Con mi amado hijo
David, me nace la necesidad de frecuentarlo más, con cierto sentimiento de
culpa por mi cuota de responsabilidad en la separación con su madre, y las
consecuencias que puede traerle mi lejanía, como el retraso madurativo que
padece en el habla, o su dificultad para captar las consignas de los profesores
e integrarse en los diferentes grupos de compañeros. Este tiempo distante de él
también me produce dolor, por ser un hecho irreversible dado el régimen de
visitas legal establecido en el convenio de separación. A la vez, si adopto la
posición de entregarme más a la relación con personas amadas (por ejemplo mi
propio hijo o una novia), siento una angustia que me frena en esa entrega y
remite indudablemente a la profunda pena que padecí desde mi nacimiento, por
abrir mi corazón repetidas veces hacia mi padre, y recibir desprecio de su
parte. Dicha represión de mi entrega ha sido muy notable en mis diferentes
noviazgos.
En cuanto a mis ex parejas, sucedió con todas que yo
las ubiqué en un lugar de hostilidad hacia mí, despreciándolas, situándome yo a
la vez en una posición degradada. Evidentemente con esas conductas yo las
estaba identificando con la figura de mi padre, y yo me identificaba con mi
mamá, padeciendo la violencia de él. Existió una posición masoquista con esto,
pretendiendo devolverle la voz a mi madre, que mi padre pretendió quitarle. Fue
el intento inconciente de recibir yo la violencia de mi papá para aliviar a mi
mamá, proyectada en mis novias. Y asumir una posición fálica hacia mi mamá,
para socorrerla.
A la vez, yo sufro de un rechazo a ser nominado por el
deseo de una mujer, como identificación con ese mismo rechazo que mi padre tuvo
hacia mi mamá. De ahí mi dificultad para permitir la circulación del falo en
pareja, con la consecuente frialdad y desamor de cada una de mis ex novias.
En el vínculo con mi madre ha faltado un mayor
“embeleso materno” de ella hacia mí, y claramente diferentes mujeres han
detectado esta carencia mía. Desconozco si yo las situé en la posición de que
no me admiren, quizás por buscar ese lugar, o si es que ellas fueron desatentas
hacia mí por sus propios egoísmos. Pero recuerdo bien que Sofía nunca tuvo
ningún reconocimiento a mi creación artística, producto de su rivalidad fálica
conmigo.
Todo el desprecio, la rivalidad, falta de cuidado de
ella hacia mí, o su narcisismo exagerado, son un peso propio de ella y es
inútil pretender cambiarlo. Por el contrario, a ese tiempo y energía debo
orientarlo en la nueva novia que estoy buscando. Esta mujer debe generar una
posición superadora a mi vínculo con Sofía, también en lo que más me convenga a
nivel profesional.
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