LIBRO: "LA CURA PSICOLOGICA DE LA NEUROSIS DE IRINEO CROPOSKY (SUS AUTOANALISIS Y TERAPIAS)" MATIAS CASTAGNINO
La
carga del peso ajeno en los vínculos. Una medición fina de la soberbia
Yo realizo una proyección del peso que representò mi
padre hacia mì, identificando a determinadas personas con dicha carga. Suelen
ser sujetos que se acercan bondadosamente a mì, pero que a la vez me demandan
tiempo y energía para proyectos en común en los que yo debo aportar y cargar
màs, obteniendo quizás un menor beneficio.
Sucede que con mi padre existe una medición de mi parte
bastante extrema en cuanto a su soberbia, que me llevò a calcular
milimétricamente el punto de su arrogancia en los encuentros casuales que hemos
tenido en la calle, para no volver a ser yo despreciado por èl como lo fui de
niño, y con la finalidad de que èl genere el movimiento de apertura amorosa en
su corazón, acercándose a mì en dichos encuentros, como salto espiritual de
humildad. Sè que al ser yo indiferente cuando me lo he cruzado, y èl también,
ambos estamos sosteniendo un semblante de fortaleza, pero en mi caso necesito
hacerlo porque todo el malestar, sombras, perjuicios y dolor que experimentè en
los dos años de vìnculo tras el reencuentro, me llevaron a comprender que
continuaba sin abrir bien su corazón, incluso con mi hermana y sus nietos. Soy
conciente de que realizando una medición tan fina corro el serio riesgo de
trasladarla a otra gente en general, aislándome, perdiendo oportunidades,
generando soledad en mi vida en base a temores propios, perjuicios y el sostenimiento
de una falsa vara alta de perfección en las personas con quienes me vinculo.
Esto va totalmente en contra de la apertura social que deseo.
Recientemente logré detectar similitudes en la ruptura
de los vínculos con un ex amigo llamado Asdrúbal, con quien iniciamos un
proyecto musical dos años atrás, de muy corta vida; y con Desiré, una mujer
sexagenaria con quien estuve actualmente en dudas acerca de comenzar un
noviazgo. Con ambos existió una buena predisposición hacia mí, tomando ellos la
iniciativa para acercarse, e incluso con Desiré mantenemos relaciones sexuales,
aceptando cada uno adaptarse a mis tiempos viniendo a mi hogar, y adoptando yo
la posición de líder para llevar adelante cada relación. Con los dos yo di
vueltas para comenzar a relacionarme, por sentir que yo debía cargar más peso
en la relación por estar ellos en inferioridad de condiciones en determinados
aspectos. Por ejemplo, Asdrúbal se ofreció a ayudarme con el ciclo
multiartístico que llevé adelante para aquel entonces, pero él era bastante mal
músico y yo no le veía salida eficaz al proyecto musical con él que se me
ocurrió generar para que existiera algo en común para compartir.
Fundamentalmente porque este emprendimiento no nos posibilitaba los ingresos
económicos para los que había sido ideado, y demandaba ensayos, tiempo,
energía, dinero, etc. Así fue que comencé a medir muy en detalle cuánto
aportaba él para este proyecto, y cuánto yo, en todo sentido, terminando por
discutir y distanciarnos luego de la primer presentación en vivo que conseguí
yo. Recuerdo que en el único ensayo que hicimos juntos yo sentía que le quitaba
tiempo de crianza a mi hijo.
Con Desiré, por su lado, a pesar de su flexibilidad,
tolerancia e interés en mí, nos distancia una abundante diferencia de edad de
dieciséis años, y energías bastante diferentes: ella es demasiado activa y
carga grandes cantidades de ansias producto del dolor de su historia mal
duelada por ser ella adoptada. Aparte de que se me dificulta planificar
demasiado a futuro con ella por la diferencia de edad que le traería menos
vitalidad que yo, existen los problemas de que me sobrecarga con sus ansias
(neurosis), y además no comprende bien el ritmo distante de noviazgo que yo
puedo ofrecer, por ser mi hijo el centro de mi vida, y elegir yo criarlo
cercanamente.
El punto con ellos y con la gente en general, es no identificarlos con la persona y vínculo que me vi obligado a mantener con mi padre, porque de lo contrario me terminaría quedando muy solo.
Esas
fueron las causas de mi falta de pasión generalizada y fe
La razón de mi falta de pasión generalizada que vengo
padeciendo desde hace muchos años, y que afectó distintos aspectos de mi vida,
se debe al temor inconciente a no poder salir adelante en la vida, después de
todo el dolor, temores y vacío generado por mi padre. Mi madre fue y es un
sostén fundamental para alentarme en mis proyectos y demostrarme que esos
miedos y baja autoestima son totalmente infundados. Este obstáculo para una
pasión y fe mayores se manifestó en los noviazgos que no me funcionaron, en el
vínculo a veces poco comunicativo con mi hijo, en la falta de involucramiento
en mi trabajo en el Ministerio, en la falta de profesionalismo con el arte y en
la escases de habilidades y mayor afecto en todos mis vínculos humanos.
También se expresó mi falta de pasión en el poco uso de
mi título universitario de economista en forma privada. Muchos de estos caminos
que no prosperaron en mi vida, obedecieron a causa justificadas y coherentes,
pero algunas de éstas pueden haber funcionado como excusas para obtener
beneficios secundarios. Por ejemplo, la escasés de pasión que manifesté para
continuar con las diferentes bandas de música, se debió a que con ninguna de
ellas logré generar una continuidad en las presentaciones en vivo, ni mucho
menos la obtención de ingresos económicos.
Estas fueron metas concretas que establecí en un
momento de mi vida para dignificar mi oficio de artista, pero al verse
obstaculizadas dentro y fuera de mi ciudad, opté por abandonar totalmente el
camino del arte durante cuatro años, iniciando y terminando mi carrera
universitaria de Economía. Allí la pasión se extinguió por completo hacia el
arte, por razones aparentemente justificadas, pero luego del parate comprendí
que la ganancia espiritual con el arte puede significar mucho, tanto para mí
como hacia el prójimo, y que en verdad no se justificó cortar tanto tiempo con
el desarrollo musical y literario. E incluso sin lograr la meta de las
ganancias económicas con la profesión de la abogacía, entendí que la
problemática era otra en mi alma, y que existían otros síntomas y traumas que
debía yo desarticular para generar la fe que me faltaba.
Actualmente, haciendo efecto los diez meses de terapias
de psicoanálisis que vengo realizando, sumados a objetivos que han quedado
completamente cumplidos en mi vida, (como la terminación de la obra de
ampliación del ex hogar que le proveí a mi hijo y su madre, y la mudanza de
ellos a su nuevo hogar mucho más confortable, proporcionado por mi suegra);
así, actualmente, compruebo que para generar esos niveles de pasión más
profundos, no necesito recurrir a un acercamiento a mi padre biológico, sino
que a esa fuerza la tengo dentro mío, y también cuento con los medios para
desarrollarla. Y basándome en mi experiencia pasada del reencuentro oscuro y
ruinoso con mi papá, la forma de sostener dicha pasión sea justamente la
contraria: seguir distanciado de él y sus sombras, pero con la conciencia de no
dejar caer mi autoestima como desde niño por suponer que no podría salir
adelante.
Paralelamente, la casa actual de mi hijo, propiedad de
su madre, vino a solucionar definitivamente la infraestructura familiar
viviendo en casas separadas mi hijo y yo, poniéndole fin a todo el padecimiento
y desgaste de tiempo y energía que sufrí desde que conocí a Sofía, por estar
obligado a proveerle y acondicionar los inmuebles en los que mi hijo vivió,
estando yo separado de su madre. Desde que tienen techo propio y Sofía se
encarga de su mantenimiento, yo puedo dedicar ese tiempo al arte y a
actividades placenteras, logrando que mi pasión aumente. Un punto importante
del aumento de mi pasión en general, es que no derive en ansiedad ni síntomas
vinculados que ya padecí.
La otra enorme causa que obstaculizó la fe y pasión en
mi vida desde mi infancia es el hecho de no haber recibido el suficiente amor
por parte de mi padre ni de mi madre, con un mayor afecto. Tanto al reencontrar
a mi papá, como actualmente con mi mamá, ninguno de ellos estuvo dispuesto a
una mayor entrega afectiva hacia mí, ni dedicación, ni apertura. Esto más allá
de que mi madre me asista materialmente al día de hoy, con diferentes clases de
apoyos que he necesitado. Esta carencia de involucramiento cariñoso por ambos,
es una de las razones por las que yo genero el síntoma de mi soledad y
aislamiento desde que tengo memoria. Es como si yo generando históricamente los
tiempos y espacios de completa soledad en mi vida, me mantuviera a la espera de
que mis padres vengan a visitarme, me protejan, se sientan orgullosos de mí, me
acompañen, etc. Ante esa realidad, las opciones son apenas dos y consisten en:
o guardarles un gran rencor por su falta de amor y decidir alejarme de ambos. O
bien aceptar a mi madre con dicha miseria y generar los espacios para compartir
las pocas actividades que ella posibilita, y en los pocos tiempos que yo permito
para evitar su goce tóxico y parasitario de violentarme con críticas,
desprecios, etc.
En cuanto a mi padre, la distancia que decido mantener
con él desde hace décadas obedece a síntomas y males mucho más profundos que me
afectan con su cercanía.
El desafío en mi vida pasa por aceptar esa carencia
afectiva y generar algo creativo y superador, justamente cultivando
constantemente el espíritu de fe, pasión y mayor autoestima que me ha faltado.
Y comprendiendo que la miseria de la falta de afecto es un peso que recae sobre
quien lo genera, o sea mis padres, y que de ninguna forma debe perjudicarme.
Por ejemplo, a mis tiempos de soledad que disfruto mucho, debo concebirlos como
el desarrollo de dones y talentos para ser dados, y no como una búsqueda inconciente
y sintomática del cariño de mis padres, ni como un mecanismo narcisista de
regresión de la libido sobre mí y mis objetos, para desmentir esa falta de
afecto, tal como lo hice desde pequeño.
Por otro lado, en esa merma de mi fe también influye la
identificación del abandono que mi padre hizo conmigo, asumiendo yo ese
fantasma y posicionándome como abandonado y despreciado hacia diferentes
personas. Esto produjo el distanciamiento que padezco al día de hoy con mis
hermanos, sobrino, ex novias, algunos amigos, etc. Y esta es una de las razones
por las que a veces asumo una conducta fálica hacia mi hijo, ya que cargo con
el temor de caer en ese fantasma de “Irineo, el niño que debe ser abandonado
como lo abandonó su padre”, también con él, distanciándome y temiendo ser
olvidado por él, como lo soy por mis hermanos, sobrinos y algunos amigos.
Este fantasma también se manifiesta en mi vida en ser
descuidado con mi aseo personal, con la limpieza de mi hogar, mi auto, con
reparaciones que postergo, la falta de uso de mis títulos, etc. o sea, relegar
al olvido a afectos, gestiones, proyectos y hasta a mí mismo, tal como me veo
obligado a distanciarme y olvidar a mi padre. Este mecanismo está vinculado con
la “identificación narcisista” que Freud describe en los depresivos, por la
cual los reproches implacables que ellos dirigen contra sí mismos van dirigidos
en realidad hacia otra persona: el objeto sexual perdido. Así, retiran la
libido del objeto, pero incorporan a dicho objeto al yo, lo proyectan sobre sí.
El propio yo del sujeto recibe el tratamiento que le correspondería al objeto
abandonado y sufre todas aquellas agresiones y venganzas que el sujeto reserva
para aquel. A la vez, en cuanto a mi abandono y desprecio hacia diferentes
vínculos míos, también puede existir un “trastorno hacia lo contrario” como
destino malo de mis pulsiones, en el sentido de hacerle padecer a otros, ahora
en forma activa, el desprecio que sufrí de mi padre de niño, en forma pasiva.
Freud hace referencia a “apoderarse de los síntomas y
hacerlos desaparecer, activando las fuerzas motivacionales que en la época en
que los síntomas nacieron no se hallaban a disposición del enfermo. Este
proceso culminó en la represión”. Claramente dichas fuerzas inhibidas son la
causa de mi falta de pasión en la actualidad, y fueron producto del desprecio y
ausencia de mi padre desde que me concibió. Yo no conté nunca con él para
volcar mi libido ni recibir la suya, y esto generó un gran vacío los primeros
cuatro años de mi vida, atenuado después con la crianza de mi papá Gustavo. En
todo caso mi libido se podría haber adherido a la fantasía de la imagen paterna
ausente, y el dolor inconciente por su desprecio. Si a esta sombra del cariño ausente
de mi padre no la desarticulo, va a continuar restándome en todos los caminos
de mi vida.
Un
sueño revelador con mi abuelo Miguel
Hoy por la mañana soñé con mi abuelo Miguel, fallecido hace
treintaidos años, que estábamos almorzando junto a mi abuela en su casa de
calle Rodríguez, y yo comenzaba a alentar con un canto de hinchada a Newell´s,
nuestro equipo de fútbol. El estaba muy contento y orgulloso de mí, de que
siguiera la tradición y amor por el equipo que él también tenía y me había
transmitido. Fue el sentimiento de compartir algo tradicional, bello y familiar
en común, y los dos estábamos muy felices. A esta emoción de compartir algo
tradicional que nos unía, con un ser querido orgulloso de mí, no la experimenté
jamás en mi vida, ni siquiera con mi madre ni con mi papá Gustavo.
Previamente a este sueño, ocurrieron sucesos vinculados
con el mismo, y con la temática de fondo de la función paterna debilitada en mi
vida desde que nací, y su correspondiente desmentida como una de las causas
fundamentales de mi neurosis. Aparte de manifestar mi preocupación por no
cumplir bien yo dicha función con mi hijo. Por ejemplo, dos días antes del
sueño, yo había jugado con una pelota de Newell´s con mi hijo en el parque,
después de mucho tiempo sin hacerlo, y luego de un comentario de mi mamá acerca
de que mi hermano estaba realizando dicho juego con mi sobrino para entrenarlo.
Una semana antes, yo había observado las dificultades de mi hijo para
desarrollar la práctica de fútbol en las clases a las que asiste dos veces por
semana, por lo que ya tenía en mente entrenarlo. Por otro lado, también durante
la semana previa al sueño, vi en una red social las publicaciones de mi amigo
Tiago con su hijo juagando al básquet en el equipo de Newell´s. La fecha del
sueño fue el veintinueve de septiembre, día de los Santos Arcángeles (y de San
Miguel), tal como se llamaba mi abuelo. Todo esto relacionado con la enseñanza
de Freud de que en los sueños se condensan y desplazan las percepciones de los
últimos días o semanas del sujeto.
Este sueño fue de vital importancia dada la intensidad
emocional que me produjo contar con el cariño y aprobación de mi querido abuelo,
como una parte de la energía paterna que me faltó desde mi gestación. No tengo
la menor duda de que la inspiración del sueño se produjo por intervención
divina, sea de Jesucristo, la Virgen María, Dios, el Espíritu Santo, o los
ángeles, dado que ocurrió en la fecha de la conmemoración angélica y, como de
costumbre, siempre solicito protección y sabiduría divina para mí y mis afectos
antes de dormir.
Técnicamente, a nivel psicológico, el sueño vino a
proporcionarme el conocimiento visual y emocional de ese entendimiento, cariño,
orgullo y confianza que jamás había yo experimentado así, ni por mi padre ni
por mi madre, y reveló que mucha de la reticencia de mi madre para confiar más
en mí, fue justamente esa carencia mía de apoyo paterno, esa certeza. Como
resultado inmediato del destrabe que produjo la escena con mi abuelo, mantuve
una reunión con mi jefe laboral con quien suelo tener diferencias de criterios
a menudo, y a pesar de discutir sobre el procedimiento a seguir con diferentes
expedientes, llegamos a un acuerdo y terminamos compartiendo temas familiares
de charla. Claramente, las fuertes discusiones que solíamos tener antaño, y su
desconfianza para atribuirme funciones, se debieron a muestras de debilidad y
negligencia de parte mía, y a su excesivo formalismo. Pero con el cambio de
actitud y mayor compromiso que decidí adoptar luego de mi última mala
calificación, sumado a la fuerza del dichoso sueño, tuerzo el rumbo de un
destino errado y logro una realidad más feliz.
Mi amado abuelo Miguel fue uno de los dos modelos
paternos que yo tuve desde mi nacimiento, ante el abandono de mi padre
biológico, fue quien me introdujo en el amor hacia la música, ya que era un
gran melómano de tango. Y aparte de hacerme hincha de Newell´s, fue quien
compartía juegos conmigo, como las rascadas de espalda, las compras y caminatas
que hacíamos juntos en el barrio, el gusto por la lectura del diario y la
clasificación de información, los bares que él frecuentaba y me hacía conocer,
etc. Muchas de estas tradiciones yo las comparto con mi hijo al día de hoy,
aparte de sumarle los principios y valores que me enseñó mi papá Gustavo.
Con relación a mi amigo Tiago y el vínculo con su hijo,
es claro que genera incertidumbre en dos aspectos, comparándolo con mi
realidad. Estos son: primero, la relación fraterna que mantienen entre ellos,
teniendo su hijo once años, pone en duda el vínculo mío con David para el caso
de que yo no sea lo suficientemente buen padre, y mi hijo opte por distanciarse
de mí cuando tenga autonomía. Actualmente eso no sucede porque mi hijo disfruta
mucho las actividades conmigo y accede a la mayoría de ellas. Y en segundo
lugar, me cuestiono la integración con su grupo de amigos a la que le permite
acceder Tiago a su hijo, siendo que yo no tengo grupos de amistades desde mi
adolescencia, siendo mis amigos sueltos e individuales en mi vida, sin
conocerse entre ellos. Este último sería un punto secundario porque no tengo
interés en generar una agrupación de amistades, aunque sí deseo expandirme a
nivel social con nuevos vínculos, generando una red de relaciones a las cuales
poder recurrir toda mi vida para no padecer la soledad.
El
pernicioso hábito de proyectar demasiado a futuro.
Históricamente yo cultivé el hábito de proyectar
demasiado a futuro ciertos objetivos en mi vida. Esto me ha resultado muy bueno
en algunos aspectos, y ha sido causa de ruina en otros. Por ejemplo, programar
la cursada y prioridad de materias para rendir en la facultad a largo plazo,
fue fundamental para poder recibirme, al igual que los beneficios de mi título
con los ingresos y posicionamiento que me permite en mi trabajo. Pero
contrariamente, pensar muy a futuro el uso de la casa que compré para la
provisión de mi hijo, ideando incluso una cochera para que él dispusiera al
tener un auto, siendo que la adquirí cuando apenas él tenía un año, fue un
grueso error que pagué con la contrapartida de haber estado muy derruido dicho
inmueble, gastando cantidad de dinero, tiempo y energía para refaccionarlo y
ampliarlo, con múltiples percances. Sumados al movimiento imprevisto del
destino que produjo que Sofía y David se mudaran de allí, apenas tres años
después de ocuparlo. En este emprendimiento necesario en mi vida, yo debí haber
buscado un lugar un poco más chico (como un departamento de pasillo), o haber
pedido un préstamo o más ayuda económica a mi madre y adquirir un hogar en
mejor estado, sin programar demasiado lejos el uso que mi hijo y su madre
fueran a darle.
Como regla general, aprendí que en cualquier orden de
la vida, no es bueno pensar demasiado a futuro.
Matías Castagnino
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