La única manera de remover bien nuestros egoísmos
de conejo tras la eterna zanahoria, es con un hijo. Se
logra transmutar, en buena parte, el peso infame de
nuestra niñez que absorbió las peleas de nuestros padres,
con un hijo.
Es con la progenie que traspasamos virtudes y miserias
en la forma más eficaz, y el ancestral impulso de vida
nos renueva. Me identifiqué con mis padres como en un
espejo sanguíneo; y a la impulsividad o acción reactiva
tuve que edulcorarla con la oración.
Cortocircuitos emocionales de los hijos del divorcio,
del “no hacer” también como actitud reactiva. El
adversario pretendía llevarme por los mismos caminos
negros de mi padre, y embarazos conflictivos que
manchan a inocentes desde antes de nacer.
Después de todo, decidí buscar un hijo para ponerme
entre la espada y la pared del compartir, de dejar de
ser yo el centro de mi vida.
No sabemos por el mérito de cuál de nuestros hijos
completaremos el camino fino para llegar al paraíso.
La mejor herencia para dejarle a un hijo es el cultivo
de las flores del cielo.-
Matías Castagnino
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